Una cuestión de confianza

Todo es una cuestión de confianza. La confianza es el cemento de las relaciones sociales, familiares y políticas y económicas. No se trata de una confianza ciega, basada en la irracionalidad y que lleva al abuso de una de las partes, sino al cumplimiento de las expectativas, a la presunción de que cada uno hará lo que se espera de él cumpliendo el rol que tiene asignado.

Hoy las relaciones entre los ciudadanos y la política se resienten de la falta de esa confianza, que es básica para la buena marcha de la democracia. Es una preocupación general en el mundo democrático. En el otro mundo, el que protagonizan dictadores que imponen su voluntad con el silencio y la violencia, es más fácil gobernar y obviamente es mucho peor intentar vivir como un ciudadano con derechos y obligaciones.

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En común

Esta idea podría servir para hablar de las elecciones francesas, en las que la extrema derecha ha logrado ganar la primera vuelta dotándose de una pátina de respetabilidad y dirigiendo su mensaje simple y tramposo a una legión de desheredados que viven en una situación frágil y de malestar permanente. De ciudadanos que ven cómo la vida se encarece insoportablemente, la fisonomía de sus pueblos cambia y la incertidumbre del futuro es la única certeza. Ciudadanos que viven con miedo. La confianza en los políticos tradicionales se resquebraja por la falta de resultados y de cumplimiento de las expectativas. Se pierde la confianza y se da credibilidad a los populistas que todo lo tienen tan claro, hasta que tienen que sacar las castañas del fuego y empiezan a tomar decisiones que dividen y terminan con la cohesión social sin solucionar los temas de fondo.

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Las consecuencias de la falta de confianza también las hemos visto en Reino Unido. Las promesas del Brexit no se han cumplido y el deterioro constante de los servicios públicos y las políticas xenófobas tampoco han permitido hacer crecer el bienestar sino la división entre los que salen adelante y los que viven con el agua en el cuello. Tampoco ha mejorado la imagen que los británicos tienen de sí mismos con la exportación de los inmigrantes a barcos cárcel en el nombre de un país que hasta ahora había alcanzado un alto nivel de decencia a la hora de construir una sociedad diversa y con oportunidades de integración. Una vez perdida la confianza en unos tories instalados en el privilegio y cada vez más lejos de la realidad, el golpe de timón ha sido de los que hacen historia. El nuevo primer ministro ha prometido trabajar duro y recuperar "el privilegio de los servicios públicos". Es decir, reconstruir lo que deberían tener en común todos los ciudadanos en un país que hoy no funciona con respecto a la sanidad y las infraestructuras.

Si en Francia y Gran Bretaña se ha resquebrajado la confianza, con el voto a la extrema derecha en el primer caso y arrasando el sistema conservador de los últimos catorce años en unas elecciones con una participación extraordinariamente baja en el segundo, en Estados Unidos ha llegado el momento de la verdad para los demócratas. Su candidato no está en condiciones, y mantener la ficción solo puede empeorar su credibilidad y alejar aún a más electores de las urnas. Que el rey va desnudo es una obviedad. Biden ha sido un político honrado y hoy es una persona mayor que no puede llevar el peso de una superpotencia aunque tenga una estructura sólida a su alrededor. La política exige buena salud y energía.

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Estos tres casos tienen puntos en común: están hechos de desconfianza en la política y del cinismo ciudadano que se deriva, de partidos que intentan esconder la realidad para continuar en el poder, de falta de diálogo franco y constructivo. Es un buen momento para preguntarnos si estamos muy lejos de todo ello en la práctica política de nuestra casa.

Una forma de hacer

El caso de los carteles contra los Maragall que ha destapado el ARA puede servir para repensar cómo se hace la política y no quitarle importancia al juego sucio diciendo que todos lo hacen igual, aunque quizá sea verdad. Puede servir para entender que las malas prácticas tienen que destaparse con agilidad y desmontar con rapidez las vías de financiación sin tapar las vergüenzas. Que la transparencia y la asunción de errores son siempre un mal menor que permite alejar a los ciudadanos de actitudes de desconfianza en el conjunto de la política y de inhibirse de la participación en lo público. Que la prensa libre lo es siempre y no es domesticable ni sensible a las amenazas de unos ni de otros. Que solo responde frente a sus suscriptores y lectores.

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El malestar de la sociedad catalana tiene mucho que ver con un crecimiento vigoroso pero que mantiene a un 24% de la población en el umbral de la pobreza, unos cambios tecnológicos acelerados que nos desorientan y un Procés que ha dejado a muchos ciudadanos desencantados. Elegir el juego limpio puede ahorrarnos el cinismo y el desapego que tantos disgustos están proporcionando a nuestros vecinos.