Culla, la mala leche bondadosa

En su valía como historiador del pasado reciente, incluso del presente, no hace falta insistir. Muchos hoy le glosarán. Auscultó a conciencia el latido del catalanismo del último siglo, desde el lerrouxismo hasta el independentismo. Y miró la realidad israelí con pasión y rigor. Aparte de su imprescindible obra, deja una monumental colección de documentación sobre todos los "partidos y partidillos" (así lo decía él) que han existido de la Transición acá. Sus papeles están bien conservados y en los últimos meses él mismo, junto con su discípulo y albacea, Adrià Fortet, se había encargado de darles un destino adecuado.

Culla era así: superconsciente de todo, perfeccionista y meticuloso , tanto con su obra como con su vida. El pasado septiembre, el día que con Borja de Riquer le visitamos en casa, en Sant Cugat, para decirle que queríamos hacerle un homenaje en vida –él ya había decidido dejar la quimioterapia–, nos sorprendió y golpeó explicándonos con detalle cómo sería su entierro. Estaba plenamente sereno. Mantenía su ironía mordaz y se le notaba un punto de ternura. El caso es que le hizo ilusión que le preparáramos un acto, que debía estar entre amigos y acabó convirtiéndose en todo un reconocimiento público. Mucha gente puso su grano de arena. Él mismo descubrió, ese día, que tenía muchos más admiradores y amigos de los que creía.

Cargando
No hay anuncios

Sí, Culla se hacía respetar y, sin darse cuenta, se hacía querer. Era un serio pícaro. Un estudioso perfeccionista y quisquilloso. También era un historiador que quería ser leído, por eso no renunció a la alta divulgación ya los medios de comunicación. Por el contrario, lo consideró siempre parte de su trabajo, y le halló el gusto: le gustaba hacerse escuchar y le placía aquella popularidad de sabio implacable que había ido cultivando, día a día, en las clases de periodismo al 'Autónoma, donde tantos le empezamos a apreciar (y un poco a temer). Tenía, digamos, una mala leche bondadosa, en el sentido de que amaba tanto a sus amigos como a sus enemigos. Fue fiel a unos ya otros. Los cultivaba a todos. Aparentemente frío, tras su máscara de formalidad señoríola y corbata anodina se escondía una persona minorista y cercana, un hombre cariñoso.

Con Joan se va una de esas voces intelectuales que cada vez escasean más. Una voz erudita, valiente e independiente. Nunca escondió su nacionalismo de orden y nunca se casó con nadie, salvo su amada Imma. Intérprete del pujolismo, su proximidad con el expresidente –al que no estuvo de criticar en el tema de la deja– le supuso incomprensiones en círculos historiográficos izquierdistas, lo que lejos de desanimarle le afianzó en su singularidad en una época primero marcada por la hegemonía del PSUC y después por la Cataluña dual –convergente y socialista– a ambos lados de la plaza Sant Jaume. Él, que desde muy joven ya había sido confidente de Tarradellas, siguió su propio camino a base de leer y escribir mucho, y de conversar y debatir honestamente con todos. Lo echaremos de menos.