Déficit y gesticulaciones
Siempre que prestamos atención a quienes saben, se hace (todavía más) patente cómo la mirada nacionalista interfiere y distorsiona cuestiones que en principio son de ciencia y técnica. Este martes, en La mañana de Catalunya Ràdio de verano, el economista y catedrático de la UPF Oriol Amat realizó una exposición clara y bien explicada sobre la financiación económica, como también lo hacen a menudo Guillem López-Casasnovas o Andreu Mas-Colell. Resumiendo, el problema sigue siendo que las autonomías que más aportan a la caja común (Cataluña, y también Baleares y la Comunidad Valenciana) son las que menos retorno reciben por parte de España. La solución, o buena parte de la solución, pasaría por la aplicación del principio de ordinalidad, incorporado hace casi veinte años en el Estatut de 2006 pero aún por estrenar. Aplicarlo, como se aplica a estados de nuestro entorno como Alemania o Canadá, significaría que Cataluña (y Baleares, y la Comunidad Valenciana) aportarían, pero también recibirían recursos, de acuerdo con el orden que ocupan en escala de riqueza. Hacer esto no saldría en balde: que Catalunya reciba el retorno que le corresponde implica que otras comunidades reciban menos, o bien que el Estado invierta más en su gasto en las administraciones territoriales.
Éstos serían los parámetros racionales de la discusión, pero la realidad es que enseguida se va (y se pierde) hacia la emotividad nacional. La financiación –recordaba la consejera Natàlia Mas Guix en el Más 324, recién llegada de Madrid con sus correspondientes calabazas– se ha discutido seis veces en los últimos cuarenta años. Y el resultado, podemos añadir, ha sido siempre el mismo: un portazo, más o menos sonoro y más o menos contundente –el de este lunes no fue de los más suaves– a las demandas catalanas. Es por la mirada nacionalista del estado español, que no sólo necesita quedarse el dinero y hacer lo que quiera (esta es la cuestión principal) sino que también necesita escenificar que no claudica a las pretensiones de los catalanes, peseters e insolidarios. A esto hay que añadir la reacción instantánea de casi todas las demás comunidades autónomas, que sobreactúan y mienten tanto como pueden (como la presidenta Prohens, de Baleares, cuando dice que no tolerará que los recursos de Baleares se desvíen hacia Catalunya: nunca un céntimo del déficit fiscal que sufren Baleares, y que alcanza niveles salvajes en cuanto a desinversión, se ha ido a Catalunya).
Estas gesticulaciones se exageran ahora más que nunca, cuando venimos de un intento fallido de proclamar la independencia de Catalunya: el Estado no sólo no cede un poco en la cuestión de la financiación, sino que sabe que hacerlo interpretaría como una claudicación intolerable. Por su parte, el gobierno de Cataluña siente que necesita condimentar su demanda con algún regusto soberanista, de manera que recurre a los adjetivos (que son, efectivamente, las especies del lenguaje): he aquí que la financiación se presenta como singular , y la negociación, bilateral. Son todo ello gesticulaciones. Mientras todo el mundo mueve las manos y grita, no es necesario resolver nada.