Democratista
"El nacionalismo se cura viajando". No sé de quién es la frase, pero la hemos oído millones de veces, a menudo pronunciada por personas que no se notan su propio nacionalismo y sólo lo ven en los demás. se a diferentes realidades pero en ninguna de ellas parece que se haga verdad la sentencia mencionada: si uno es del tipo nacionalista supremacista, si cree que su país, su cultura y su lengua son superiores a la de los demás, viajar no le servirá de nada porque éste es un posicionamiento ideológico, un apriorismo que no se desmonta con la experiencia. Si, por el contrario, hablamos de un sentimiento de cariño y orgullo por lo propio, de dar valor. a lo que es nuestro, entonces este "nacionalismo" (quizás es más preciso llamarlo patriotismo) no se cura viajando porque amamos lo nuestro porque es nuestro y no porque sea mejor que lo tienen en otros contrades Personalmente, aunque me he acostumbrado a desconfiar de las adscripciones colectivas que pretenden envolver a mucha gente muy diferente con una misma bandera, soy más del segundo grupo, amo mi ciudad, mi país hecho de personas que hablan. diferentes lenguas y viven en territorios que no siempre coinciden con los límites de los mapas reales. He viajado muy lejos y he vuelto más nacionalista que nunca, pero no catalanista o españolista, sino extremadamente. europeísta o, si lo prefieren, democratista.
Me invitaron por primera vez a la Feria Internacional del libro de Guadalajara, en México. De ese país que nunca había pisado me han deslumbrado la amabilidad de sus habitantes y el gran valor que dan a los libros y la literatura. Dentro del recinto ferial con riadas de lectores o en los institutos donde nos invitaron a algunos autores olvidábamos que estábamos en uno de los países con más inseguridad del mundo. De hecho, se ve que a pocos kilómetros de donde estábamos refugiados los extranjeros hubo un tiroteo entre delincuentes y policía. En la página web del Ministerio de Exteriores las recomendaciones para viajar a México no terminan nunca. De modo que durante nuestra estancia debíamos tomar todas las precauciones necesarias para no ponernos en peligro. Debíamos desplazarnos siempre en coches de la organización o de confianza. Hacer lo que hago siempre cuando me voy fuera, caminar por las calles para apamar el territorio y respirar el aire de la vida real, ha sido imposible en esta ocasión. De repente había vuelto a la adolescencia enclaustrada en la que, cuando volvíamos de vacaciones a Marruecos, debía ir siempre acompañada de familiares en tanto que "madrina" valiosa por ser hija de un residente en el extranjero. Fue en esa imposibilidad de salir cuándo y cómo me diera el hambre, empujada sólo por la fuerza de mis piernas, cuando tuve un repentino sentimiento de orgullo, de valoración y cariño por lo que tengo en mi ciudad europea. Y he vuelto a Barcelona con una euforia similar a la del reencuentro de dos amantes apasionados separados a la fuerza durante una larga temporada.
Entiendanme, no es orgulloso, no es que haya dejado de ver las cosas que no funcionan en esta parte del mundo. Pero creo que a menudo gastamos un pesimismo que no se acuerda con la realidad. ciudad a las tres de la madrugada sin miedo, saber que si me tocan el culo sin permiso puedo denunciarlo, tener leyes que protegen mi libertad como ciudadana, no tener que presentar un certificado de matrimonio para acostarse con un hombre en un hotel como ocurre ahora en Marruecos. No soy europea de nacimiento pero agradezco al azar que me haya llevado hasta aquí, porque no soportaría vivir en un lugar carente de libertad. , de derechos, de igualdad o seguridad. Viajando he entendido que éste es mi nacionalismo, que soy democratista por encima de todas las cosas.