Hay unas cuántas razones para no ir a votar o ir con la pinza en la nariz. De hecho, hay potencialmente tantas razones para estar desanimados como electores convocados a las urnas. Para las generaciones que hemos vivido en democracia, votar es una obviedad, una rutina que compite con las rutinas de un domingo de pandemia. Que si el miedo al contagio, que si la pereza, que si la lluvia, que si el aperitivo. Que si la desilusión y el cansancio con unos representantes políticos desbordados por la realidad y con un prestigio gastado. De hecho, no es nuevo, lo decía JFK, que las madres quieran que sus hijos crezcan para ser presidentes, pero no quieran que en el proceso se conviertan en políticos. 

Pero votar no es una obviedad, ni un derecho despreciable. No lo es este domingo, como no lo fue el 1 de Octubre para las abuelas que fueron a los colegios electorales a pesar de los golpes de la policía o precisamente para responder a los golpes de la policía con toneladas de dignidad y civismo. ¿Recordáis los pasillos hasta las urnas que los votantes abrían cuando ellas llegaban con la silla de ruedas o el caminador? Votar es una obligación de todos aquellos de quienes padres y abuelos se avergonzarían si no defendieran la democracia por la que ellos lucharon.

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Participación

También es una obligación para los que ven el voto como la única arma efectiva contra el abuso de poder y la imposición de un statu quo político completamente inadaptado a la realidad, y también lo es para aquellos, voten lo que voten, que hayan considerado que sus derechos fueron atropellados por unos u otros en 2017. 

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Los resultados de las elecciones dependerán, más que nunca, de la participación ciudadana y tu voto cuenta. Cada voto cuenta. Cuanta menos participación, más posibilidades que tengan representación parlamentaria los partidos pequeños como la extrema derecha que cabalga sobre la desinformación. 

Depende de cada voto que el Parlament recupere la dignidad, que la institución de la presidencia de la Generalitat refuerce su sentido institucional y que la política sea útil para los ciudadanos y para el debate público.

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Los mitos

El gran enemigo de la verdad a menudo no es la mentira deliberada y deshonesta, sino el mito, persistente, persuasivo y poco realista. Sería de esperar que, del mismo modo que la mayoría de los políticos soberanistas han hecho la reflexión sobre la viabilidad de sus propuestas y sus métodos para llegar a la independencia, lo hubieran hecho también los partidos contrarios al referéndum y a favor de la inamovible unidad de España. Que unos y otros sean capaces de saber qué errores no tienen que volver a cometer y que hay de mito en sus posiciones.

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El progreso social en momentos de crisis profunda como los que vivimos será más fácil si las elecciones garantizan que el diálogo entre unos y otros se base en unas normas del juego claras y compartidas que se cumplan. Pero para llegar, se tendrá que aceptar que la tolerancia no es falta de compromiso con las propias creencias y que no impide condenar la injusticia, la opresión o la persecución. El diálogo no significa conformidad, que es, esta sí, enemiga del progreso y también de la libertad.

Hay muchas razones para no ir a votar pero también hay muchas para ir y una es decisiva. Sea cual sea la participación en estas elecciones, el resultado será una sentencia indiscutible. El resultado de las elecciones es inapelable y, sea cual sea el veredicto domingo por la noche, tendría que facilitar la gobernabilidad del país y evitar una larga temporada de incertidumbre. La sociedad catalana no está para soportar ni la repetición de elecciones, ni unas negociaciones dominadas por los reproches políticos que han ido estratificando las relaciones entre socios y con los adversarios políticos durante los últimos años.

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Un diagnóstico

Todos los actores políticos que pueden formar mayoría saben que el diagnóstico para encarar el futuro a corto plazo pasa por la libertad de los actores políticos, por la superación de la pandemia a través de la vacunación y por la toma de decisiones económicas acertadas que saquen el país del pozo. Los fríos datos estadísticos se traducen en personas sin trabajo, ahorros que se acaban, redes familiares que se funden, trabajos que peligran y apoyo social incapaz de hacer frente a la oleada de precariedad y de pobreza que el coronavirus está dejando.

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Esta crisis es mucho más profunda que la de 2008 y nos ha cogido con un país recuperado solo en parte y con una economía excesivamente basada en los servicios. Si queremos cambiar la perspectiva del futuro del país, es el momento de elegir cuáles son nuestras prioridades y qué políticos pueden luchar por estas prioridades. Los resultados electorales serán indiscutibles sea cual sea la participación y tu futuro depende hoy en última instancia de ti.