Despertarse

Si hay algo que envidio es la escena de una madre o de un padre en el momento de despertar a su bebé. De hecho, creo que podría centrar en este momento el gran cambio que viví por el hecho de ser madre: despertarme (con o sin dolor de cabeza, con o sin resaca, habiendo dormido bien o mal, en un día claro o en un día rufo) con alegría. Mientras mis hijos fueron pequeños, todos los despertares eran magníficos. Iba –casi corría– a su habitación, contemplaba su sueño en silencio, disfrutando de aquella sensación de paz absoluta que nunca he encontrado en ningún otro lugar, y después me entregaba a la maravillosa tarea de despertarlos: tocar la piel suave y tibia, poner la mano encima del pecho para dejar el sube y bajar de la subida y baja de la subida un buen día con una voz que no sé de dónde me nacía y que nunca más he vuelto a recuperar.

El día comenzaba con un montón de sensaciones agradables y todo era bonito y divertido por un rato: los ojos cargados de sueño, los cabecitas despeinadas, los pijamas arrugados y húmedos de sudor, incluso los pañales empapados. Las sonrisas, la alegría de reencontrarnos.

Cargando
No hay anuncios

Después de aquellos años, ha habido todo tipo de despertares. Durante los años de actividad frenética, la primera conexión neuronal me remitía o bien a lo que había pasado el día antes o bien a lo que me esperaba en la agenda del día que empezaba. Cualquier cosa –una reunión aburrida, una cita indeseada, un trabajo carregoso, un disgusto– podía derrumbarme el despertar.

Más adelante, cargada de años y males, el despertar era mejor o peor según se pronunciara mi cuerpo recién desvelado. Tiene mucho que ver, claro, que la noche haya sido de sueño seguido o de insomnio enervante.

Cargando
No hay anuncios

Durante la vida también ha habido despertares sensuales, con sol en la piel y caricias bien recibidas; despertares que quisieras que no estuvieran en una realidad angustiosa o dolorosa; despertares infelices, que me devolvían a la tristeza del duelo; despertares en ciudades nuevas que me esperaban; despertares lentos concedidos como regalo.

Muchas veces el despertar tiene que ver con el sueño vivido durante la noche. Dicen que soñar, soñamos todos, pero sólo algunas personas nos recordamos y que somos –ay, las– las que tenemos un sueño poco profundo y, por tanto, poco reparador. Mis sueños suelen ser –o me parecen– largos, entretenidos, llenos de aventuras y facecias. Casi nunca tengo pesadillas. A menudo, cuando despierto, una parte de mi cerebro aún vive en el sueño nocturno.

Cargando
No hay anuncios

Y luego, claro, están los despertares metafóricos, como el que protagoniza Edna Pontellier en la novela que Kate Chopin escribió en 1899. El despertar habla de descubrimiento, de rebeldía, de anhelo de libertad, de feminismo. el mundo actual, mi país en particular, terriblemente amodorrado. Una multitud adormecida que vive vidas somnolientas, un letargo infinito.