Después de ver 'El 47'
Lo primero que hay que decir sobre El 47, del director Marcel Barrena, es que es una película muy buena, excelente en algunos momentos, hasta el punto de que no le venden grandes las comparaciones con el cine de directores como Ken Loach, Stephen Frears o (mirando más atrás dentro el cine catalán y español) Francesc Rovira Beleta. Tiene un guión (firmado por Berto Marini y por el propio Barrena) bien sólido, con algunos subrayados que quizás no hacían falta pero lleno de buenas ideas y de aciertos, una dirección que sabe adónde va y cómo quiere ir, y unas interpretaciones mayúsculas de Eduard Fernández y Clara Segura como pareja protagonista, además de un buen grupo de secundarios, como Zoe Bonafonte en el papel de su hija Joana. El argumento es conocido: uno de los inmigrantes extremeños que construyeron el barrio de Torre Baró, Manolo Vital, acabó secuestrando el autobús de la línea 47, que él mismo conducía, cansado de que las administraciones hicieran el sordo a sus peticiones de hacer llegar el bus al barrio. La película explica todo el contexto que conduce a esta situación en tono de drama, con oportunas aportaciones de comedia. El resultado quizá no sea tan sofisticado como algunos quisieran, pero sí es una narración poderosa y emotiva, que exuda a cada secuencia el compromiso y el apasionamiento de quienes lo han hecho posible. A la proyección a la que asistí, el público prorrumpió al final en un aplauso largo y sincero.
Además de los valores artísticos, El 47 tiene también sociales y políticos, que han reavivado la controversia sobre la inmigración española que llegó a Cataluña (y en Baleares, atraída por el turismo) durante los años cincuenta y sesenta. La película muestra bien cuál fue esta realidad, por lo que tiene la gran virtud de desmontar tópicos sin clavar sermones ni regañar a nadie. Lo que hace El 47 es poner en evidencia la falsedad de algunos lugares comunes que son, de tan comunes, intoxicadores.
El primero, que toda esa gente no llegó a Catalunya a colonizarla, como ofuscadamente todavía hoy hay quien se empeña en repetir. Que el régimen franquista pensara que la inmigración extremeña, andaluza o murciana le iba bien para españolizar a los catalanes demuestra sólo que el régimen franquista era tan corto de entendimiento como los catalanes que ven a los inmigrantes (los españoles de entonces, los musulmanes de ahora) como peones de estrategias de desintegración nacional, en lugar de como conciudadanos con derechos y deberes.
El otro tópico absurdo que deshace El 47 es el de los que insisten en presentar la lengua catalana como un obstáculo, e incluso como una lengua de burgueses y privilegiados que discrimina a la clase obrera. Por el contrario, la película muestra cómo el catalán es la principal herramienta de integración y de cohesión social, junto con la escuela (el personaje de Clara Segura es maestra). Nos recuerda que odiar una lengua es, simplemente, odiar a las personas. Y que la defensa de la lengua catalana y de la diversidad cultural como fundamentos del bien común es siempre una de las políticas más progresistas que podemos hacer.