Al día siguiente

¿Fabulamos un poco?

Pedro Sánchez decidió convocar elecciones anticipadas a causa de los escándalos de corrupción y la ruptura de la mayoría parlamentaria. Sánchez decidió ser candidato de nuevo, tras un proceso de primarias traumático que superó por los pelos. Sumar y Podemos, con el pie cambiado, decidieron presentarse conjuntamente, pero con una mala mar visible. Los soberanistas catalanes tampoco tenían muy buenas perspectivas. ERC tuvo que sacrificar a Rufián como candidato, por su perfil demasiado pro-PSOE, y Junts observaba con inquietud la nueva competencia de Aliança Catalana. El PP aspiraba a una victoria lo suficientemente amplia como para gobernar en solitario, y Vox confiaba en hacerse indispensable.

La noche electoral se confirmaron los pronósticos. PP y Vox sumaban mayoría absoluta, PSOE y Sumar-Podemos sufrían una bajada notable y los partidos catalanes aguantaban el embate, más o menos, pero más divididos –porque, efectivamente, la extrema derecha de Aliança Catalana había conseguido representación–. Pedro Sánchez dimitió la misma noche y dejó al PSOE a las puertas de una transición dificultosa y seguramente poco amigable. También dimitió Yolanda Díaz, mientras Pablo Iglesias llamaba a reconstruir la izquierda plural. En Madrid, las calles estaban literalmente tomadas por una multitud de personas con banderas rojigualdas que celebraban el fin del sanchismo.

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En Catalunya, el PP y Vox mejoraron sus resultados, y lo celebraron con euforia. El PSC, pese a ser el partido ganador, hacía suyo el funeral del PSOE pero pregonaba que Catalunya seguiría siendo un baluarte contra la derecha española. Carles Puigdemont –desde Bruselas– y Oriol Junqueras trataban de transmitir fuerza y optimismo a sus respectivos seguidores, apelando al espíritu del 1 de Octubre. Por las calles de Barcelona, Tarragona y Sabadell, numerosos grupos de jóvenes con banderas españolas, algunas franquistas, gritaban "Arriba España" y "Puigdemont a prisión". Se quemaron esteladas, se rompieron escaparates de tiendas rotuladas en catalán y los Mossos tuvieron que practicar algunas detenciones.

Feijóo formó gobierno con Vox, claro, a cambio de una serie de medidas antiinmigración, el endurecimiento del Código Penal, una nueva ley de educación, otra de derechos y deberes que garantizaba la supremacía de la legislación estatal sobre la autonómica y una ley de defensa del idioma español.

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Y después, ¿qué pasó?

Como todo esto es una fabulación, podemos ponernos optimistas y decir que el PSC cerró filas con Comuns y los partidos soberanistas, que el Parlament rechazó la aplicación del programa del gobierno Feijóo y reclamó la aprobación del Estatut del 2006 sin recortes. Esto motivó una crisis institucional y al cabo de poco una escalada represiva, que volvió a movilizar a las bases independentistas y abrió las puertas a un Procés 2.0, liderado por una nueva hornada de dirigentes que demostraron (o no) haber aprendido las lecciones del 2017.

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O podemos ponernos pesimistas y decir que Junts y ERC declararon la guerra a Feijóo, y entonces el PSC de Salvador Illa, por miedo a encontrarse atrapado en un nuevo Procés y perder los votos del españolismo, llegó a un acuerdo con el PP catalán, a condición de que el gobierno Feijóo respetara la autonomía actual (pero con el compromiso de revisar el pacto por la lengua), mientras Junts y ERC, incapaces de movilizar sus bases, se quedaron en la oposición, desgañitándose, a la espera de tiempos mejores. Aliança Catalana, mientras, subió en las encuestas.

Este artículo es una ficción, ni siquiera inspirada en hechos reales. Que cada lector lo complete como mejor le parezca.