Un domingo difícil

Se acerca el día que sabremos si las encuestas han acertado, como si fuera un juego de apuestas, y veremos quién gana y qué ganamos o perdemos, si es que el resultado se puede reducir a pérdidas y ganancias, cómo se funden tantas cosas en la vida. Pero los términos económicos parecen apropiados cuando las decisiones políticas van a remolque y tanta gente a favor. Por último, los derechos pasan por el bolsillo y los desequilibrios no tienen solución en un sistema que los favorece. Las decisiones sobre la sequía, sin ir más lejos, dependen tanto del viejo sistema que, por más secos que nos quedemos, abrir la puerta a nuevas ideas parece una quimera. Sólo se abren los grifos. No sé si aprenderemos o si antes veremos un partido que prometerá la lluvia y la gente le irá a votar con cirios encendidos.

La política es cosa de pactos, aunque haya democracias legalmente fallidas que eligen atajos drásticas. Aquí todo apunta a que el futuro nos dependerá de los acuerdos a los que sean capaces de llegar los partidos partidistas. Hasta ahora sólo sabemos que ERC, el PSC, Junts, la CUP y los Comuns con los que no llegarán a ninguna parte es con la extrema derecha, catalana o española. Un cordón sanitario que no se ha visto en algunos municipios ni en los debates televisivos, en los que se respondía a las obsesiones de un señor fascista que hacía ver que le importaban las violaciones a las mujeres, pero dejaba claro que sólo las que tenían en ver con inmigrantes, porque todo el mundo sabe que los violadores siempre vienen de fuera. El pacto contra la extrema derecha hace tiempo que debería haberse firmado, en lugar de dejar entrar a toda esta gente dentro de un sistema democrático donde deberían prevalecer, por encima de todo, los derechos humanos. Desgraciadamente, han entrado y la pesadilla es global. En esto ya estamos perdiendo hace rato. Que todo el mundo tenga que afrontar el tema de la inmigración con madurez y responsabilidad no implica en absoluto ser racista ni xenófobo ni clasista, y de la inmigración lo que más les cabrea es que sea pobre. Pero al igual que lo dejamos todo al hecho de ganar o perder, también dividimos a todos en buenos y malos. Y la memoria de mosquito nos impide recordar que las generaciones más cercanas a nosotros han inmigrado y también han sido estigmatizadas y menospreciadas. Pero todo lo que tenga que ver con la memoria, en un tiempo de presente inmediato, da pereza. Y repetimos y repetimos por no tener que recordar, sino por caer en los mismos errores y en las mismas guerras. Las guerras sólo se pierden. Más que rabia, todo ello provoca tristeza y desánimo.

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El domingo volveremos a votar con la posibilidad de tener que volver a hacerlo pronto por una cuestión de números que pueden no cuadrar y de pactos que pueden no darse, aunque cosas más extrañas hemos visto. No hay lugar para el idealismo, ni en política ni prácticamente en ninguna parte. La desafección no sólo tiene que ver con la mediocridad sino con la sensación de que no hay nada que hacer porque somos así y siempre lo seremos. Porque por encima están los intereses propios. Porque somos humanos y, como humanos, no hay política que valga. Lo somos con todas las virtudes y todos los defectos. Con mayor o menor cinismo (en el mundo de la política sólo es más visible porque es más público). Sería mucho más fácil resignarse a aceptar todo ese determinismo si no fuera que tenemos ejemplos de cambios poderosos y de fuerza colectiva. De hecho, los hemos vivido y, no nos engañemos, no los hemos abandonado. Por eso el viento no puede soplar a favor de quienes, puestos a no solucionar nada, venden y compran el odio, que sale intelectualmente gratis.

No nos lo ponen nada fácil, es verdad. Pero yo el domingo vuelvo a la escuela.