El dulce trabajo de buscar

A unos nos gusta hacer la compra todos los días en el mercado, dejarnos aconsejar por la frutera o el carnicero, permitir que los productos frescos decidan nuestro menú diario, decidirnos por lo que más gusta a nuestra mujer oa nuestros nietos, cocinar con cariño y, si hay tiempo, sin prisas, con deleitamiento, inundando la casa de aromas y inundando la casa de aromas todo, vernos forzados a improvisar, aprender de nuestros aciertos y caer en errores nuevos, disfrutar viendo comer a los nuestros… No me negarán que tenemos derecho a ellos.

A otros les gusta comer sin complicarse la vida con los procedimientos. Ir a un restaurante, pedir la carta, elegir lo que más les apetezca, ser servidos, pagar y, sin molestarse en poner la mesa, fregar los platos o barrer las migajas esparcidas por el suelo, no les niego que tienen.

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Siempre ha habido estos dos tipos de personas y siempre estarán ahí, a los primeros, amantes de los procesos, les apasiona salir de caza de buena mañana;

Cuando buscamos resultados inmediatos ahorrándonos los procedimientos, la IA nos proporciona sin duda una ayuda fenomenal. Pero en la IA no hay chup-chup. Nos ofrece la salsa ya hecha, pero no la experiencia del caldo gordo cuajando paulatinamente mientras desprende el aroma que estábamos buscando. Con la IA todo ya está en su punto ya nuestra disposición. No nos obliga a improvisar creativamente con lo que hay para dar de comer a nuestros hijos ya nuestros voraces limpios cuando se presentan un domingo a comer de improviso. En la vida real la acción está continuamente haciéndose guiños a sí misma. Vivir humanamente es vivir decidiendo.

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La mejor manera de entender la famosa "voluntad de poder" de Nietzsche es experimentando la conquista del punto exacto, sea de un color (en el caso de un pintor), de una melodía (en un compositor), de una secuencia (en un director de cine) o del punto de caramelo de una salsa. La voluntad de poder es la intensa experiencia del punto exacto. De eso la IA no sabe nada de nada.

Piense en el punto exacto de la amistad. Nos lo muestra Aristófanes en una de sus comedias, La paz. Resumo la escena: un campesino está viendo caer mansamente la lluvia desde la entrada de su casa y siente que nada mejor que este espectáculo generoso y gratuito. El cielo –piensa– está trabajando por él. No puede ni podar ni cavar el viñedo porque la tierra está empapada. Lo mejor que puede hacer para celebrar la circunstancia es invitar a sus vecinos a que vengan a beber a sus casas. Tostará judías y granos de trigo y cubrirá la mesa de higos secos. Alguno llevará zorzales y pinzones, calostro y algún trozo de liebre ("si es que ayer por la tarde la comadreja no se lo comió") y todos disfrutarán mientras llueve, porque "estas horas son bellas", ya que "el cielo trabaja por nosotros y favorece nuestros campos". La amistad es el arte de nostrar los procesos, de nostrar el tiempo.

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Lessing decía que el valor del hombre (es decir, su punto exacto) no reside en la verdad que posee, sino en el sincero esfuerzo que dedica a alcanzarla (que es otra forma de nostrar el tiempo). La posesión nos hace tranquilos, indolentes, orgullosos. "Si Dios, guardando en la mano derecha toda la verdad y en la mano izquierda el deseo ardiente de alcanzarla, me dijera: "¡Elige!", a riesgo de equivocarme para siempre y por toda la eternidad, yo me inclinaría humildemente hacia la mano izquierda".

Permítanme terminar –no sin riesgo– con un soneto castellano de un autor anónimo del XVII: "- Lo que tiene mujer moza y hermosa / ¿qué busca en casa y con mujer ajena? / ¿La suya es menos blanca y más morena / o floja, fría, flaca? – No hay tal cosa. / - ¿Es desgraciada? – No, sino amorosa. / - ¿Se mala? – No, por cierto, sino buena / Es una Venus, es una Sirena, / un blanco lirio, una purpúrea rosa. / - Pues ¿qué busca? ¿A dónde va? ¿De dónde viene? / ¿Mejor que la que tiene piensa hallarla? / Debe ser su buscar en infinito. / - No busca a esta mujer, que ya la tiene. / Busca el trabajo dulce de buscarla, / que es lo que enciende al hombre el apetito".

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Un apetito encendido no nos blinda, ni mucho menos, contra el error, pero nos permite, al menos, aprender a cometer otros nuevos.

Es bueno recurrir a la tecnología para acelerar procesos cuando sea necesario. Las máquinas no se cansan. Pero a veces, con modelos complejos de aprendizaje profundo, desconocemos cómo toman las decisiones, algo que debería inquietarnos, porque no sería inteligente dejar nuestro apetito en sus manos.