El eclipse de la democracia

No tenemos lluvia que nos dé alegrías, pero hemos tenido un eclipse que, gracias a la magnífica y espontánea retransmisión de Lídia Heredia en TV3, nos ha traído algo de aliento entre tanta dureza informativa. La periodista vivió con emoción un fenómeno difícil de ver a lo largo de su vida y que la IA no puede suplir. De momento y que yo sepa. Desde aquí no podíamos ver el eclipse, pero pudimos sentir la misma sensación. La naturaleza, los astros y determinadas personas todavía tienen la facultad de hacernos vivir en un mundo posible, lleno de belleza y empatía. Quizás si diéramos más tiempo y relevancia a los momentos de alegría colectiva incluso la sequía sería más llevadera. Quizás.

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Durante el eclipse de Sol, Norteamérica se quedó literalmente a oscuras durante cuatro minutos. No sé si fue cuando volvió la luz que el gobierno de EE.UU. decidió que era el momento de acabar con la persecución de Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, encarcelado en Londres y pendiente de una extradición a EEUU donde podrían sentenciar -lo con la pena de muerte después de vivir siete años encerrado. De hecho, el gobierno de Biden no ha decidido dejar de perseguirle, pero después de una petición del gobierno australiano, lo está "estudiante", según ha dicho el propio presidente. Gran Bretaña ha aplazado la decisión de extraditarle hasta que EEUU no dé la garantía de que no será condenado a muerte y que se respetará el derecho a la libertad de prensa. Veremos cómo termina una película que demuestra la dificultad (imposibilidad) de explicar los secretos de estado sin que el coste personal sea así de elevado. Las típicas medidas disuasivas, vamos. Eficaces como ellas mismas.

En España hace tiempo que dura un eclipse total y no se espera, a corto plazo, que deje de estar a oscuras. Las acusaciones de terrorismo del juez García-Castellón contra activistas independentistas ha provocado el exilio de 7 de los 12 investigados que, con razón, consideran esa persecución desproporcionada y un aviso general para los independentistas. El Estado utiliza sus estructuras para derrocar un movimiento político legítimo y para evitar, en definitiva, cualquier acto de protesta. Cualquier organización colectiva. Pero en España existe separación de poderes. No se cansan de repetirlo por si todavía hay alguien con ganas de ponerlo en duda. Y una democracia consolidada. Tan consolidada que los movimientos de protesta son puestos al mismo nivel que el terrorismo. Porque todo el mundo sabe que en una democracia no es necesario protestar para nada.

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La decisión de quedarse o de exiliarse, tan legítima una como otra (un poco de empatía, por favor), no puede eclipsar el verdadero problema que representa una persecución política como la que está sufriendo el independentismo catalán. Las acusaciones de terrorismo en el caso de Tsunami Democrático y en el de la operación Judas o las escuchas ilegales con el sistema Pegasus demuestran la debilidad de un sistema profundamente inmaduro, huérfano de argumentos políticos pero con la capacidad de generar un clima amenazador y ejecutor perpetuo. Que no quede eclipsado, pues, el mal personal y colectivo que provoca este tipo de represión, sea por desvelar secretos de estado o por ejercer nuestros derechos.

Lídia Heredia, mientras nos narraba el eclipse, dijo “perdonad que no mire a cámara, pero es bastante difícil dejar de mirar esto”. Ciertamente, es difícil dejar de mirar la belleza del Universo. Tanto como lo es mantener la mirada a la represión que se ejerce en la Tierra. Pero hagámonos el favor de no dejar de mirar ni lo uno ni lo otro.