Egipto, un faro cultural a un paso de la catástrofe
Miramos hacia Israel, el país que devasta Gaza en una colosal matanza. Pero miramos poco (por ahora) hacia el mayor país del mundo árabe, que barra el paso del sur de Rafah y solo permite a unos pocos gazatíes huir de la carnicería. He aquí Egipto, un coloso empobrecido que malvive en una decadencia permanente y, sin embargo, mantiene la condición de faro cultural en la región más atormentada del planeta.
Lo que ocurre en Egipto tiene consecuencias más allá de sus fronteras. Recordemos la efímera revolución de Tahrir, en 2011: la caída del dictador Hosni Mubarak marcó el cenit de aquella “primavera árabe” que despertó tantas esperanzas y en poco tiempo fue ahogada en sangre.
Egipto, se supone, tiene que celebrar elecciones en diciembre. Los candidatos ya están seleccionados: de un lado, el general Abdel Fatah el Sisi, en el poder desde el golpe de Estado de 2013; del otro, nada. El político más relevante de la oposición, Ahmed Tantawy, ya ha dicho, después de que decenas de sus colaboradores fueran encarcelados, que no participará.
La campaña electoral del presidente-dictador mantiene un tono que podríamos calificar de severo. Una de sus frases como ejemplo: “Juro a Dios Todopoderoso que si el precio de la prosperidad y el progreso de la nación es no comer y no beber, entonces ni comeremos ni beberemos”. Pueden imaginarse el ánimo de la gente.
El valor de la moneda se ha reducido a la mitad en dos años. La inflación es del 30% anual. La deuda externa, pese a los créditos del Fondo Monetario Internacional y a la ayuda de Estados Unidos, ha ido mucho más allá de lo que Egipto puede pagar. El 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Compartir en las redes un mensaje crítico con el gobierno está castigado con penas de prisión.
El Sisi, sin embargo, está construyendo una nueva capital para el país, aún sin nombre (se llama Nueva Capital Administrativa), con un coste cercano a los 60.000 millones de euros. China y Arabia Saudí participan en el proyecto, dirigido por una sociedad anónima controlada (51% de las acciones) por el ejército. En Egipto, todo está controlado por el ejército.
Cuando hubo unas elecciones libres, en 2011, los islamistas arrasaron. Los militares se encargaron luego de arrasar a los islamistas. La rabia quedó sofocada bajo la represión.
Para entender cómo ha llegado hasta aquí un país con más de cien millones de habitantes (a los que se añade cada año un millón), que a mediados del siglo XX, bajo la presidencia de Gamal Abdel Nasser, asumió el liderazgo del mundo árabe y pareció encaminarlo hacia un nacionalismo relativamente laico y relativamente próspero, es aconsejable leer El edificio Yacobián, la espléndida novela que el dentista y escritor Alaa al Aswany publicó en 2002.
El edificio Yacobián fue construido en 1937 y en una primera época albergó a generales, diplomáticos extranjeros y familias ricas en general. A través de unos cuantos personajes, Al Aswany, que tuvo en el edificio su primera consunta odontológica, cuenta cómo las cosas empezaron a ir mal, y después empezaron a ir peor. El Yacobián sirve como metáfora de Egipto. Y sigue en pie. La última vez que lo visité, los trasteros de la azotea se habían convertido en una pequeña ciudad. La basura se acumulaba en el patio interior. La fachada apenas era visible tras unos carteles comerciales conmovedoramente cutres.
La novela El edificio Yacobián fue el libro más vendido (Corán aparte) en los países árabes durante varios años, fue llevada al cine y convertida en serial televisivo. Pese a su evidente crítica hacia el régimen, Al Aswany pudo vivir en El Cairo bajo Anuar el Sadat y bajo Hosni Mubarak. Aún se le toleró Chicago (2008), otra novela crítica. La república era esto (2020), otro libro muy recomendable, fue la gota que colmó la paciencia de la dictadura. El escritor ya no puede volver a Egipto.
Hasta la presente catástrofe, los habitantes de Gaza se entretenían viendo en televisión los culebrones egipcios, se informaban a través de medios egipcios y, por tanto, eran también un poco egipcios, aunque el gobierno de El Cairo fuera, al igual que Israel, su carcelero.
Ahora Egipto se encuentra en una situación crítica. El malestar social se percibe (de forma casi siempre privada) con tanta claridad como en 2011. La economía está en la ruina. El Sisi no deja de construirse palacios que, dice, “son del pueblo”, aunque el pueblo no pueda ni acercarse a ellos. Si el empeño israelí por acabar con Hamás (y con Hamás, Gaza entera) se prolonga en el tiempo, como parece probable, tendremos que mirar hacia Egipto.