El electorado más desinformado jamás visto

La marea roja –el color de los republicanos– que arrasó al país en las últimas elecciones estadounidenses indica muchas cosas, una de ellas es el triunfo de la derecha en las redes sociales. Bajo una fuerte presión de la derecha y con la ayuda del propietario de X, Elon Musk, las principales plataformas abrieron las compuertas para que la propaganda se propagara sin control. La consecuencia ha sido un alud de mentiras y tergiversaciones circulando por las redes sociales. Y esto se ha traducido quizá en el electorado más desinformado jamás visto.

Muchos votantes acudieron a las urnas convencidos de que en EEUU nunca había habido tantos ilegales atravesando las fronteras (no es verdad), que el índice de delitos violentos está subiendo (falso) y que la inflación se ha disparado (ídem). Nunca sabremos hasta qué punto toda esta basura hizo decantar a los votantes, pero sabemos que influyó considerablemente en los por un lado: los conservadores.

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Esta relajación de controles debe combinarse con las obsequiosas felicitaciones públicas de los directivos de las tecnológicas al presidente electo, Donald Trump. Como afirma el periodista Brian Merchant en la suya newsletter Blood in the Machine, "Silicon Valley ha encontrado en Trump lo que quería: un presidente que frustrará las iniciativas antimonopolio y que a la vez adoptará la desregulación y neutralizará las leyes laborales".

Y pronto, cuando Trump tome posesión, el panorama no puede sino empeorar. Brendan Carr, seleccionado para ocupar el cargo de presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, después de conseguir el nombramiento publicó en X un llamamiento a “desmantelar el cártel de la censura y restaurar el derecho a la libertad de expresión para los norte -americanos de la calle”.

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Aunque estas compañías no trataron de manipular activamente las elecciones, no cabe duda de que este alud de desinformación escorada a la derecha fue la lógica consecuencia de la falta de intervención en un momento tan polarizado. No era realista esperar a que las redes sociales, propiedad de empresas con ánimo de lucro, actuarían como guardianes de buena fe para defender hechos que plantan cara al poder. Al fin y al cabo, sacar a la luz unos hechos y comercializarlos suele ser peligroso y raramente lucrativo. Sin embargo, sin embargo nos quedamos sin una visión compartida de la realidad, necesaria para participar en una democracia.

Tras la victoria por sorpresa de Trump en el 2016, las plataformas tecnológicas prometieron que se esforzarían más. Facebook creó una junta de supervisión que contribuía a decidir qué contenidos peligrosos debían retirarse. Twitter ofrecía recompensas en efectivo a los piratas informáticos capaces de descubrir algún sesgo en sus algoritmos. Y, en ese sentido, las redes sociales incluso llegaron a suspender las cuentas de Trump.

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A continuación vino la reacción en contra de los conservadores. En 2022 Musk compró Twitter con el objetivo explícito de adaptarlo a sus intereses políticos. Inmediatamente se dedicó a desmantelar el equipo de moderación de contenidos y pasó a utilizar un sistema colaborativo de verificación de los hechos que, según los investigadores, es bastante deficiente. Pronto Twitter –que Musk rebautizó con el nombre de X– empezó a acceder cada vez más a las peticiones de censura del gobierno de la India, a las que se había resistido hasta entonces, permitiendo el regreso de acosadores y propagadores de falacias en cuya plataforma les habían expulsado.

Al mismo tiempo, los republicanos empezaron a quejarse y lanzaron una campaña jurídica y política contra la –según ellos– censura del discurso conservador por parte de las plataformas tecnológicas. Cuando en 2022 consiguieron el control de la Cámara de Representantes, aprovecharon sus nuevos poderes para emitir una serie de citas y peticiones de documentos a los verificadores e investigadores de la desinformación, lo que les obligó a contratar a unos asesores jurídicos bastante caros ya dedicar innumerables horas a responder a ellos.

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Las plataformas cedieron. Pronto Meta afirmó que abandonaba por completo la política –el terreno de los hechos más controvertidos– y que suprimiría el discurso político en Facebook e Instagram; además, dicen, redujo los avisos de publicaciones falsas. YouTube dijo que dejaría de retirar los vídeos que contuvieran mentiras relacionadas con las elecciones. Los investigadores independientes de la desinformación que habían recibido citas rebajaron su ritmo de trabajo.

Aunque nadie puede decir con certeza cómo influyó esto en las elecciones, lo que sí sabemos es que abrir las compuertas de las redes sociales beneficia más a una parte que a la otra. Un estudio exhaustivo publicado el mes pasado en Nature ponía de manifiesto que, en 2020, los conservadores compartieron más información falsa en internet y, por tanto, incluso una aplicación neutral de las normas de las plataformas contra la desinformación apuntaría de forma desproporcionada a los conservadores.

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La ola de noticias falsas fue tan grave que en los días previos a las elecciones de este mes, el FBI emitió cinco comunicados de prensa en los que advertía a la población sobre las mentiras que circulaban online, como falsas acusaciones contra el FBI por actividades de vigilancia electoral, así como dos extraños comunicados conjuntos con otros organismos de inteligencia que avisaban de los trapicheos en línea de los rusos para influir en las elecciones.

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Ahora nos encontramos en una situación en la que salta a la vista que las plataformas tecnológicas no pondrán en riesgo sus beneficios ni su poder político para proteger una información de buena calidad. Y también salta a la vista que los republicanos van a seguir presionando para que haya menos barreras contra las noticias falsas.

Si queremos un entorno informativo de calidad, debemos construir uno nuevo fuera de los muros de las actuales redes sociales de las grandes tecnológicas.

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Podemos hacerlo financiando a los que hacen un trabajo tan duro como recopilar los hechos (también conocidos como periodistas) y encontrando nuevos medios para llegar a la gente sin los algoritmos de las redes sociales, pensados ​​para promover contenidos ofensivos en sitio de hechos puros y duros. También se está gestando un nuevo movimiento que quiere abrir de par en par las puertas de las redes sociales cerradas.

Seguramente se ha enterado de que estos últimos años han aparecido un montón de redes sociales nuevas, como Mastodon, Threads y Bluesky. A primera vista quizás se asemejan a X, pero, si nos fijamos bien, son totalmente diferentes de las redes sociales con las que nos hemos ido haciendo mayores. Forman parte de un movimiento llamado Fedivers, nombre que, según algunas fuentes, deriva de federación y universo.

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Todavía es muy pronto para el Fedivers –que tiene alrededor de 200 millones de usuarios frente a los miles de millones de Facebook y X–, aunque Bluesky crece muy rápido: en los últimos 90 días ha doblado el número de usuarios y ya ha superado los 15 millones. Los objetivos de Fedivers son sencillos: permitirnos publicar en todas las redes sociales desde una sola cuenta.

El Fedivers también deja que los usuarios se conviertan en su propio guardián en las redes sociales, porque ellos mismos pueden elegir sus criterios para moderar los contenidos.

No es la fórmula mágica para la verdad: mucha gente seguirá tragándose falsedades y contenidos engañosos. Pero si tomamos el control de las redes sociales de nuestro entorno, daremos una oportunidad a la verdad.

Copyright The New York Times