Estado de emergencia democrática

Hemos llegado al clímax, en el orgasmo colectivo del desastre total. Tras semanas, meses y años de noticias sobre casos sucesivos y respectivos que afectaban a los dos grandes partidos españoles, hemos alcanzado la cima del escándalo con la publicación del informe de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, la UCO, sobre las comisiones presuntamente recibidas y compartidas por el magnífico trío Koldo-Ábalos-Cerdá.

Los medios compiten en la difusión de correos y audios –casualmente grabados y casualmente utilizados sin vergüenza– de una vulgaridad y grosería que sólo hacen que aumentar el sentimiento general de vergüenza democrática de la ciudadanía. ¿Estos son los que dirigen el país? ¿Así son los que mandan y controlan las grandes fuerzas políticas del Estado? ¿Así es el actual socialismo español (y catalán) pretendidamente progresista y explícitamente comprometido con la "regeneración" de nuestro degradado y obsoleto sistema democrático?

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¿Pagar comisiones a políticos o funcionarios es la manera habitual de funcionar de las grandes empresas adjudicatarias de obra pública en España y/o en Cataluña? ¿El importe de los sobornos sistemáticos ya es uno más de los que deben incluirse en el escandallo de costes de las obras públicas? ¿Por qué las noticias hablan sólo de los corruptos y nunca de los corruptores? ¿La Comisión del Mercado y la Competencia piensa intervenir en el evidente oligopolio de las grandes empresas que, por la vía de la corrupción, se reparten el suculento mercado de la obra pública pagada desde los diversos presupuestos?

Bien, como los catalanes tenemos memoria y experiencia, todo esto ya nos lo sabemos. Aún están abiertas las diversas causas que, bajo la marca genérica del "3%", tratan el fenómeno casi idéntico al actual español de los sobrecostes, comisiones, financiación irregular, etc. del gran partido de la derecha nacionalista catalana. Lo hemos visto también con las Gürtel, Púnica, Kitchen y tantos y tantos otros casos de corrupción protagonizados por el PP, con financiación irregular, fraude a la administración, malversación, blanqueo, tráfico de influencias y una larga lista de delitos más. Queda por averiguar si el actual caso del socialismo es, como alguien pretende, estrictamente personal o si, como otros muchos podemos presumir razonablemente, estamos ante un comportamiento sistémico, orgánico, colectivo.

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Lo que queda claro es que la dura competencia entre unos y otros para conquistar el mayor nivel de corrupción política está imprimiendo carácter de horror al funcionamiento de un estado presuntamente europeo y democrático. Pero todo esto, en el fondo, no es más que la parte que supura.

El juicio conclusivo sobre el estado de salud de la democracia española está cerrado y sentenciado: "todos los políticos son iguales", "la democracia no funciona", "pagamos impuestos para que se lo queden todo estos ladrones"… Del mismo modo que todo el mundo sabe que, según cómo reaccionamos unos y otros, los reaccionamos unos y otros, los reaccionamos unos y otros, de la extrema derecha española y catalana.

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Se ha declarado el estado de emergencia democrática. Para salir el país debe elegir entre la vía oscurantista ("¡Ayuso y cierra España!") y la vía republicana de la equidad y la honestidad. Ahora todo depende de la reacción del propio PSOE y de la de las fuerzas que le apoyaron para formar gobierno hace ya dos años.

Digamos claro, con todo lo que hemos conocido en las últimas semanas, Pedro Sánchez ha puesto a cero el cero al cuenta. Vox ya no es suficiente para compensar el coste de la presunta corrupción de un socialismo pseudoprogresista. Un socialismo también incapaz de mantener una mínima coherencia con la retórica de la famosa "regeneración democrática", siempre pendiente pero nunca presente en la agenda real. para la gobernación del Estado. Una agenda, claro está, que ofrezca credibilidad y suficientes garantías para ser llevada a cabo en los próximos dos años de legislatura. el Estado.

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Las vías abiertas para acordar esta nueva agenda pueden ser diversas en su formalización, mientras y en tanto que ofrezcan concreción y garantía de aplicación Estamos ante una moción de confianza. de facto, con o sin plasmación parlamentaria. Con nueva legislación, seguro. Con nuevo gobierno, incluyendo todas las fuerzas que ahora le apoyan parlamentario, ¿por qué no? Con nuevos liderazgos libres de contaminación corruptora, también. Los demócratas debemos ser verdaderamente implacables de una vez por todas, y al frente necesitamos encontrar a aquellos "que no son iguales", que hacen "que la democracia funcione" y que no se han quedado ni se quedarán nunca un solo euro público. Que los hay, y muchos.