Me lo encuentro a menudo
Es un carácter muy curioso. “¿Conoces tal cosa?”, le preguntas. Puede ser un restaurante, un bar, un libro, un grupo de música, un vino. "Pseo...", titubea. Y enseguida, para que no se note que no, hace: "Pero no sé..." O "No es para mí", con una boca plana, de tortuga, como si sufriera, claro, porque los del restaurante, el bar, el libro, el grupo de música no cuentan con su entusiasmo. Ya ves que no, que no sabe de qué le hablas, o quizá sabe de qué le hablas pero no lo conoce. Nunca dirá: "No". Nunca dirá: “Explícame”. Él ha nacido para recomendar. Pero no ha nacido para que le recomienden nada. Le gustará esta serie si la ha encontrado solo, buscando con el mando, pero no le gustará si le ha recomendado algún “adocenado” de la radio. Dirá que tal restaurante está bien si ha encontrado la opinión de algún experto, a ser posible extranjero, en alguna web no demasiado conocida. Pero si lo que le habla es su compañero de trabajo, no querrá ir. Es por eso que le gusta, a ser posible, rodearse de gente más joven que él. De gente más burra no, porque la gente burra, por supuesto, no tiene ganas de aprender nada. Los jóvenes, en cambio, pueden abrir los ojos, sentir admiración por lo que recomienda. Las mismas ganas que tiene de hacerte descubrir cosas (un restaurante, un bar, un libro, un grupo de música, un vino) son las nulas ganas que tiene que alguien le descubra ninguna. Si no puede evitar que le guste un restaurante, un bar, un libro, un grupo de música, un vino que alguien le ha recomendado, rápidamente se apropiará de ellos. Será su restaurante, su bar, su libro, su grupo de música, su vino.
Pero esto ocurrirá rara vez. Ningún amigo, padre, hijo o tío podrá hacerlo admirar de nada que no encuentre él. Sea un libro o una seta.