Entregados a la fatalidad

1. Retratos. La cacería de inmigrantes organizada por la extrema derecha en Torre Pacheco es una advertencia más de las amenazas que caen sobre la democracia. Y no es menor. El señalamiento –elevado a persecución– de personas que vienen de fuera para sobrevivir, para encontrar un trabajo que en sus lugares de origen no tienen, se ha convertido en una coartada sobre la que la extrema derecha construye y pretende legitimar su discurso y sus propósitos xenófobos: la españolidad como evidente de los de los personas, como condición de reconocimiento de las personas, a mecanismo de unificación patriótica. Como siempre, utilizando a los más débiles como cabeza de turco –y con la mentira como argumento de legitimación–. Este caso, como tantos otros, arranca de uno fake: de la imagen de la agresión de unos jóvenes ultras, los que ahora se indignan, a una persona mayor de Alicante. El relato al revés, con la obsesión por construir el retrato de los enemigos y convertir la lucha contra ellos –cargada de odio, pero también expresiva en la debilidad propia– como prioridad política.

Es el discurso de Vox, evidentemente, el que señala a los emigrantes como culpables que vienen a tomar puestos de trabajo para especular políticamente con el malestar de determinados sectores sociales; y, así, construir su discurso patriótico, machista y autoritario, que proclama la hegemonía de los hombres en la sociedad y el sometimiento de todo aquél que cuestione su tríada. Todos sabemos que el odio y el resentimiento hacen fortuna en la sociedad y que son instrumentos de movilización en circunstancias críticas. Y es innegable que estamos en un momento extremadamente delicado, en el que las sociedades liberales del capitalismo industrial y las instituciones que las gobernaban –las democracias liberales– están en franca decadencia. Les cuesta evolucionar hacia las exigencias de un sistema quizás diferente en la economía y en la comunicación. Las redes sociales están desbordando a la sociedad, cuesta tomarles el tamaño y evitar que neutralicen el sistema democrático.

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Si no se nos había hecho suficiente patente, Donald Trump tiene la virtud de que, con su comportamiento de macho iluminado sin ningún respeto y consideración por los demás, lo está haciendo evidente. Y, por tanto, no deja coartada para la ignorancia, liderando sin escrúpulos el crepúsculo de la democracia. Y ésta es la cuestión que ahora mismo debería ser prioritaria y que, de momento, conduce el triste espectáculo de unas clases políticas europeas en estado de dejadez que están abriendo irresponsablemente una vía imparable en la extrema derecha. Los liberales descubriendo el autoritarismo, los conservadores insistiendo con los patriotismos, las socialdemocracias cada vez menos diferenciales y la izquierda desdibujándose. Y nos sorprendemos que ahora mismo la extrema derecha marque el paso.

2. Redes. Volvemos a las pasiones de siempre: el odio al otro, la imposición de lo bueno y lo malo a los tuyos, que se expresa de manera cada vez menos diferenciada de sus manifestaciones pasadas; variaciones actualizadas del fascismo, llamamos autoritarismo postdemocrático. Y las extremas derechas van creciendo mientras liberales, democristianos y socialdemócratas se desdibujan. En una política que se juega cada vez más en las redes sociales, que, como todos sabemos, también tienen dueños –y más poderosos que los que mandan formalmente–. Cada vez es más difícil distinguir verdad y mentira, cada vez se impone más el ruido por repetición y cada vez ganan más atractivo quienes hacen de la negación de los límites virtud.

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Un discurso que además tiene un riesgo elevado: negar unos problemas para enfatizar otros tiene como consecuencia que el señalamiento del mal sirve para distraernos de los problemas reales y capitalizar el malestar que esto genera proyectando a la gente hacia unos enemigos que no lo son. No, no es la inmigración culpable de los problemas hispánicos. Por el contrario, la inmigración, que es necesaria y que suma, y, entre otras cosas, hace trabajos que otros no quieren hacer, es utilizada para avivar las bajas pasiones, las tendencias neuróticas que todos tenemos, la búsqueda de culpables de nuestras miserias, y por este camino, la destrucción de la democracia. "El resultado -como dice Quinn Slobodian- es un fortalecimiento del ejecutivo en detrimento del estado de derecho", y una contaminación del legislativo y del judicial.

Dice la periodista Mariane Pearl: "La condición humana no puede permitirse la fatalidad". Y, sin embargo, parece como si en ese momento una pulsión dominara el escenario político: una tendencia autoritaria que hace que el número de democracias dignas de ese nombre se reduzca aceleradamente. No hace falta ir muy lejos; miramos nuestro entorno: Italia, Francia, Portugal y España. ¿Quién marca el paso? Porque las derechas claudican una tras otra frente a la extrema derecha y le dejan vía libre. Y Feijóo hablando de saunas como si no ocurriera nada. España parecía escapar y ya está ahí. Parece que la memoria no cuenta. ¿Los europeos entregados a la fatalidad?

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