Europa y la dejadez democrática
1. Una lástima. ¿Polonia saldrá de Europa? “No, mil veces no. Y es una lástima”. Esta es la respuesta de Nicole Gnesotto, vicepresidenta de la Institut Jacques Delors, a la pregunta del semario francés Le 1. Una afirmación tan contundente se funda en dos constataciones: 1) “la Unión es un verdadero maná financiero para Polonia: los fondos europeos representan el 4% de su PIB” y 2) no hay “ningún artículo en nuestros tratados que permitan pedir a un estado miembro que se vaya”. El resultado es que “nos estamos bañando en una dejadez democrática que es dramática”. Europa no es capaz de imponerse ni siquiera en aquellos temas que son competencia suya. Gnesotto ve los casos de Polonia y Hungría como los puntos emergentes de un iceberg más importante.
Después de la pandemia estamos en tiempo de contracción. Lejos de una idea compartida que identifique a Europa con los presuntos valores fundacionales de la Unión, que se podrían reducir a uno: el reconocimiento de los derechos fundamentales a todas las personas, sin discriminación de clase, origen, género o nacionalidad. Un “derecho a tener derechos”, tal como lo definía Hannah Arendt, que solo se puede realizar en una comunidad política (con poder efectivo en la protección de los ciudadanos) que es lo que Europa no consigue ser, reducida a un tratado entre gobiernos de estados, lejos de ser un verdadero sujeto político supranacional. Y así Polonia y Hungría pueden seguir burlándose de Europa y las derechas reaccionarias pueden continuar denigrando los valores y las instituciones europeas y reforzar así la sensación permanente de que la tecnocracia europea no tiene ningún control de la política (depende de los estados y de los poderes económicos transnacionales).
2. Pulsiones soberanistas. “El soberanismo se impone en las elecciones presidenciales”, decía la portada de Le Monde del sábado. Efectivamente, es otra manifestación del mismo fenómeno: la impotencia y debilidad de la Unión. En la precampaña electoral francesa, solo Emmanuel Macron y alguna voz de la izquierda mantienen el horizonte europeo vivo. Parece que el presidente quiere aprovechar la presidencia francesa de la Unión para diferenciarse así de sus adversarios, aunque, evidentemente, no faltarán las dosis necesarias de identidad patriótica republicana, con la cual Macron se ha pasado a menudo de frenazo, sobre todo cuando habló de una ley contra el separatismo islamista. Pero la derecha tradicional, los Republicanos, atrapados entre la extrema derecha y el macronismo, han entrado en la subasta patriotera. A ver quién la dice más gorda –Michel Barnier, Xavier Bertrand o Valérie Pécresse– sobre cómo se puede imponer la soberanía francesa en la Unión Europea. Y huelga que decir que la extrema derecha, con Éric Zemmour presionando a Le Pen, va millas por delante en esta dinámica. Desde el otro lado, Jean-Luc Mélenchon y compañía también buscan su sitio en la subasta soberanista. Con una novedad, nadie habla de Frexit, sino de entrar a fondo en las instituciones de la Unión Europea para neutralizarla. Polonia y Hungría no están solos en el afán de sacar todo el jugo posible sin ningún respeto por el proyecto común.
Aquí, la alineación del PP con la extrema derecha (con el Procés como catalizador) busca desesperadamente contribuir a la sumisión de las instituciones europeas al patrón nacional, en la pugna por la restricción de derechos fundamentales. El soberanismo catalán, salvo algunos núcleos iluminados, hace gala de europeísta: por la condición de “nación pequeña” (“cuya existencia puede ser en cualquier momento cuestionada”, en palabras de Kundera) que busca fuera el reconocimiento que aquí se le niega, y por la clásica distinción entre la contradicción principal y la contradicción secundaria, que le obliga a meter el dedo en el ojo al soberanismo español y buscar alianzas en Europa. Y si bien un sector de la izquierda española ve en Europa la encarnación del poder supranacional del capitalismo actual, también es cierto que el PSOE ha sido tradicionalmente proeuropeo y proatlántico, como manera de distinguirse de la derecha española, que siempre ve enemigos por todas partes. Pero España no tiene el peso de otros países en la Unión y esto hace que los gobiernos siempre vayan a remolque. La Unión Europea es rehén de demasiados poderes (nacionales y globales, políticos y económicos) para que su autoridad sea plenamente reconocida y respetada. Y el iceberg de los nacionalismos autoritarios se engorda.