Una Europa post Estados Unidos

En 2014, Victoria Nuland, entonces secretaria de Estado adjunta para Europa de la administración Obama, quedó retratada por la filtración de una conversación telefónica suya con el embajador estadounidense en Kiiv. Ambos diplomáticos comentaban aliviados que la ONU mediaría en el conflicto ucraniano y, en plena conversación, Nuland soltó un "que se joda a la UE" y el embajador le contestó con un "exactamente". La frase (que sigue presente en la memoria de la diplomacia europea) se ha convertido en el símbolo de una desavenencia transatlántica que hace años que acelera y se profundiza. Bastaba con leer las señales: el giro hacia Asia de la administración Obama, la caótica retirada de las tropas internacionales de Afganistán sin consultarlo con los europeos, el desprecio de la primera administración Trump y la querida dependencia de Estados Unidos en la guerra de Ucrania para evitar ir al fondo de las divisiones existenciales asumir unas responsabilidades hasta ahora delegadas. Pero Donald Trump ha decidido convertir esas palabras robadas de una conversación confidencial en la idea fundamental y explícita de su relación con el Viejo Continente. Y la Unión Europea, que ha tardado más de una década en entender la nueva realidad, se ve abocada ahora a repensar su futuro inmediato sin las garantías de la cooperación transatlántica.

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Pero no puede haber una Europa post Estados Unidos sin superar primero las contradicciones y debilidades internas de la Unión. Ucrania es la prueba de fuego. Europa lleva años de respuestas reactivas, sin planes concretos, y ahora que quiere tomar la iniciativa vuelven los recelos y las distintas agendas de las capitales comunitarias. La cumbre de este jueves 6 de marzo en Bruselas para hablar de aumentar los gastos en defensa ya contempla un enfrentamiento con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el eslovaco, Robert Fico. La italiana Giorgia Meloni reclama reponer puentes con Washington ante los retos comunes. Incluso el primer ministro británico, Keir Starmer, que lidera la respuesta europea, ha reconocido que no se puede garantizar el cumplimiento de un alto el fuego en Ucrania sin Estados Unidos.

"Hemos llegado a un punto donde todas las opciones implican un riesgo sustancial", escribe el experto del Egmont Institute de Bruselas Sven Biscop. La UE ha ligado su suerte a la de Ucrania, tanto por la futura arquitectura de seguridad continental como por haberle concedido el estatus de candidata a la Unión. El problema es que los planes de emancipación europeos tienen un horizonte demasiado largo y difuso por la urgencia del momento en que vivimos.

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La pregunta clave ahora es quién garantizaría la seguridad de una hipotética operación de paz en Ucrania. ¿Quién llevaría la responsabilidad de la disuasión si Estados Unidos se retirara militarmente de Europa?

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La respuesta obliga a toda una constelación de aliados tradicionales de Washington a reubicarse, como se ha visto este fin de semana en la cumbre de Londres. El desafío trumpista ha acelerado el acercamiento entre Reino Unido y el continente. Un efecto secundario poderoso. En materia de defensa Londres se ha mantenido como un socio indispensable para la UE pese al Brexit. Ahora, franceses y británicos (ambas potencias nucleares europeas) han empezado a construir una coalición para enviar tropas de mantenimiento de la paz a Ucrania. La participación de Canadá (que también ha intensificado los intercambios con la UE desde las primeras amenazas de aranceles), Turquía y Noruega en la reunión demuestra la necesidad de reforzar alianzas ante la crisis de seguridad desatada por Trump. Sin embargo, la cumbre fue un despliegue de equilibrios calculados, por un lado, para intentar minimizar los daños del humillante encuentro entre Donald Trump y Volodímir Zelenski en el Despacho Oval y, por otro, para empezar a imaginar la vida sin Estados Unidos, por muy irreal que esto pueda parecer todavía.

El escritor ucraniano Andrei Kurkov escribe al semanario británico The Statesman que la actualidad ha alcanzado tales niveles de surrealismo que –como se hace con los terremotos– debería crearse una escala simbólica para medir con "Orwells o Kafkas" los giros de guión que hemos vivido en las últimas semanas. Que Trump diga que Zelenski es un dictador y sea incapaz de calificar a Putin de agresor supone un "nivel de surrealismo que debería medirse en cuatro, cinco o seis Orwells", ironizaba Kurkov en una conversación con el semanario.

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La Europa post Estados Unidos también parece hoy todavía política ficción, tan irreal como pensar que puede haber un acuerdo sobre la seguridad del Viejo Continente sin los europeos. "Europa se ha despertado", decía el primer ministro polaco, Donald Tusk, este fin de semana. Por el momento ha despertado a la nueva realidad geopolítica del trumpismo y apenas se desvela una Europea dispuesta a empezar a asumir responsabilidades en un mundo que le es hostil.