Exaltados y enamorados
Seducido por un lado por la técnica y la velocidad y por el otro por “la sombra suave de un tilo”, J.V. Foix destiló en un solo verso la dinámica entre el futuro y el presente. La tensión compatible entre la modernidad y la tradición en un verso: “Me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo”.
Y así estamos: exaltados y enamorados a la vez. Sin mucha lírica, pero apasionadamente inmersos en la violenta aceleración que significa la transformación digital, sumergidos en el cambio profundo que se está produciendo en la manera como accedemos al conocimiento y a la información en todos los ámbitos.
Como en tantos otros sectores económicos, la revolución del acceso digital a la información es una realidad y no solo nos adaptamos, sino que lo abrazamos en tiempos tan exigentes como estimulantes, en los que los lectores cambian de hábitos. La historia del progreso tecnológico nos ha enseñado que los temores a aquello que es nuevo son cíclicos y a menudo los argumentos de los resistentes al cambio son reiterativos, pero el agua del cambio es imparable y disfrutamos surfeándola, intentando dominarla con el rumbo trazado, que no es otro que hacer información rigurosa, independiente, comprometida y útil para nuestra sociedad. Se difunda por el canal que se difunda.
Cambios mentales
Con la revolución digital, la pregunta, una vez más en la historia, es cómo el propio canal por el que accedemos a la información cambia nuestra percepción y nuestra capacidad de aprender. Nicholas Carr, en su libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentas? (Ed. Taurus), explica de manera muy interesante cómo el mundo digital está transformando nuestra memoria y capacidad de concentración. Explica cómo “un medio popular modela lo que vemos y cómo lo vemos, y con el tiempo –si lo utilizamos suficientemente– nos cambia como individuos y como sociedad”. Por lo tanto, los efectos de la tecnología no se dan en el nivel de las opiniones o los conceptos, sino que “alteran los patrones de percepción continuamente y sin resistencia”, como dijo el clásico, McLuhan. La digitalización nos permite llegar más lejos, pero también está haciendo nuestras mentes más dispersas. Como recoge Toni Güell en su artículo para el dosier de este domingo sobre la resistencia del papel: “La crisis de la atención vinculada a los nuevos dispositivos, que muy bien describe Tim Wu en Comerciantes de la atención, es una transformación estructural de nuestra manera de estar en el mundo”.
En este entorno de inmediatez y dispersión, prácticamente de staccato, la lectura en papel adquiere el aura de un refugio amenazado pero irrenunciable, un antídoto vital al ruido y la velocidad. Si en la red es difícil establecer fronteras, se inventa el diario en formato PDF para trasladar el concepto redondo del papel al canal digital.
Vivimos en una sociedad imparablemente digital, pero hay resistencias, experiencias de lo “viejo” que todavía nos enamoran, como los libros y los diarios en papel, que sobresalen como apoyos que favorecen la comprensión, la profundidad y el poso gracias a su condición finita y al hecho de jerarquizar los contenidos.
Nosotros mismos, el ARA, somos un diario nativo digital apasionado por la innovación pero consciente de que las salmodias de los Nostradamus de la comunicación llevan veinte años prediciendo una desaparición que no llega. El papel nos sigue seduciendo a pesar de que nos pide dedicación para ir en busca del quiosco y tiempo para apreciarlo quizás con un café o un vermut en lo que para muchos es un paréntesis de felicidad.
La resistencia es de papel
Los libros han demostrado en los últimos años que el papel es hoy un gesto de resistencia de la lentitud, la reflexión, el orden en la lectura y el pensamiento lineal. Como escribe Irene Vallejo en El infinito en un junco: “El rollo de papiro supuso un adelanto fantástico. Después de siglos de investigación de soportes y de escritura humana sobre piedra, barro, madera o metal, el lenguaje encontró finalmente su hogar en la materia viva. El primer libro de la historia nació cuando las palabras, a duras penas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática. Y a diferencia de sus antepasados inertes y rígidos, el libro fue desde el principio un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura”.
La tecnología digital nos pone el conocimiento a un clic, pero también contribuye de muchas maneras a la aceleración de la vida contemporánea. Nos arrastra a las nuevas siglas de nuestras agonías humanas, el FOMO (fear of missing out, miedo a perderse algo).
En este escenario acelerado y quizás angustiado, el papel –sea un libro o un diario– nos ayuda a desacelerar, a proteger un espacio de intimidad, a conectar de manera real y valiosa con el mundo.