El experimento de los bichos desnudos
Supervivientes se mantiene como uno de los programas de mayor éxito en España. También es uno de los espacios de máxima estulticia televisiva. El título es una alegoría también de su presentador, Jorge Javier Vázquez, que después de varios fracasos mediáticos sobrevive en este reducto.
“Esta noche no la voy a olvidar nunca”, anuncia a la audiencia nada más empezar. Asegura que tienen “unas imágenes muy comprometidas, que os van a dejar absolutamente perplejos”, y advierte que pueden cambiar la vida de algunas personas. Forma parte de las hipérbolas y farsas de Telecinco, cuando convierten temas irrelevantes en titulares virales para toda la semana. Después de tantos años en antena, la audiencia ha normalizado las dinámicas aberrantes y las conductas grotescas de los reality. Sus participantes están convencidos de su importancia y, cuando hablan, se dirigen a “España” como unidad que está pendiente de sus peripecias: “Tengo que decirle a España que estoy muy tranquilo”, sentencia uno de los familiares que participa desde el plató cuando le insinúan que su pareja puede haberle sido infiel. Hacen sentir al espectador que participa del espectáculo como asunto de relevancia nacional, casi política.
Supervivientes mantiene el contraste entre dos espacios: el de quienes van vestidos y el de los que van medio desnudos. El textil y el seminudista. El primero es el del plató de Madrid, con Jorge Javier a la cabeza. Los familiares comentan la jugada y defienden a sus representantes en Honduras. El segundo es el de la isla, el escenario de la competición. Parte del reclamo es la cosificación de los participantes. La desnudez contribuye a darle el sentido primitivo, atávico, como si nos remontáramos al origen de la especie. Hay también una apología de la delgadez. A medida que transcurren las semanas, la extrema magresa de los concursantes se vuelve épica y se acentúa con la superación de los retos. Los cuerpos no-normativos (por volumen o por edad) quedan expulsados del relato, en una especie de inquietante eugenesia.
La presentadora en la isla es ahora Laura Madrueño, que en su día fue la mujer del tiempo de Mediaset. Ahora se ha convertido en maniquí y modelo de bikinis. Sus apariciones se han convertido incluso en un sistema de promoción de marcas de ropa de baño. Su cuerpo forma parte del reclamo y contrasta con la progresiva degradación del resto de protagonistas de la isla. Los concursantes son bichos en pruebas de estrategia y resistencia que fomentan la rivalidad. El hambre es el potenciador del conflicto. La isla se convierte en una versión modernizada y socialmente tolerada de un campo de concentración donde los participantes, voluntariamente, aceptan la observación y la denigración a cambio de la salvación final.
Supervivientes es el vacío absoluto, la nada, el espectáculo de los instintos más pobres contemplado, desde el otro lado de la pantalla, por los vigilantes. El control del individuo desesperado, explotado y maltratado. El reality cada vez dice más de los valores sociales que imperan.