La falsa democracia de Ana Rosa Quintana
“A mí me escogen cada día, cada hora, cada minuto... porque no hay nada más democrático que el mando a distancia. Y a usted lo ha escogido como vicepresidente Pedro Sánchez”. La frase la espetó, en directo, Ana Rosa Quintana. Iba dirigida a Pablo Iglesias, que esta semana ha hecho una denuncia encendida del sistema mediático español, como parte de su campaña para reclamar lo que denomina “control democrático sobre la prensa” a manos de los ciudadanos.
Vayamos por partes.
Primera parte. Quintana demuestra, una vez más, su cinismo con la frase de marras. El mando a distancia, en España, tiene dos características. Primero, que es finito. Es decir, que no está quien quiere, sino quien puede. Y quien puede necesita una licencia que otorga el gobierno central, lo cual no deja de ser una anomalía más de un Estado con carencias democráticas. ¿Acaso González dio la única licencia de televisión de pago a Canal+, del mismo grupo editor de El País, estrictamente con criterios técnicos? ¿O Aznar regaló las primeras dos licencias de TDT a los grupos editores de Abc y El Mundo también sin ninguna consideración de afinidad política? ¿Y cuando Zapatero hizo espacio para Cuatro, para que Polanco pudiera tener también un canal en abierto, después del fracaso con el pago, en una jugada que también incluía dar licencia a La Sexta? ¿También pura gestión administrativa desprovista de partidismo?
Hablar de pluralidad en una situación de duopolio, en el que dos empresas se reparten el 55% de la audiencia y el 85% de la publicidad, solo se puede hacer... controlando el 55% de la audiencia y el 85% de la publicidad. Cómo es la pluralidad que Antonio García Ferreras, en La Sexta, es percibido como la alternativa matinal de izquierdas a Ana Rosa Quintana y Susanna Griso, a pesar de sus vínculos con el establishment, empezando por comunistas de piedra picada como Florentino Pérez o Mauricio Casals, el presidente de La Razón.
Ahora bien -segunda parte- Iglesias hace también trampa, aunque sea más sutil. Su análisis sobre la situación de los grandes medios en España es impecable. Y es valiente pronunciar en voz alta este diagnóstico, que le ha merecido portadas en la prensa de Madrid e invectivas como la de Quintana. Pero, ¿cuál es el remedio que propone? La sensación es que usa el diagnóstico como aval de unas medidas que nunca especifica. Y probablemente no las detalla porque chirriarían por todas partes, si los partidos políticos juegan un papel en este presunto “control democrático” de la prensa. La solución tiene que venir por otro lado.