La familia en llamas

Creo que no me equivocaré mucho si digo que cualquier catalana de más de cincuenta años oirá, de forma inequívoca, al menos un momento de identificación total con el personaje que interpreta Emma Vilarasau en la película Casa en llamas, de Dani de la Orden. Por eso, seguramente, no será casualidad que el personaje se llame Montse.

La historia, muy bien escrita por Eduard Solà, es un retrato ácido, tierno, divertido y realista de una familia con una casa espectacular en Cadaqués, que se reúne forzada por la decisión de Montse de vender la casa . Como dice el director: tienen problemas de gente rica.

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El sarcasmo con el que se describe a los personajes no se reparte equitativamente pero sí con justicia. Los personajes femeninos –interpretados por Emma Vilarasau, Maria Rodríguez, Clara Segura y Macarena García– nos muestran abiertamente sus defectos, que no son menores, pero el espectador se ve inclinado a mostrarse comprensivo por ser mujeres valientes y que sufren. Los personajes masculinos –Enric Auquer, Alberto Sanjuan y José Pérez Ocaña– dan vida a tres hombres –un niño consentido, pencas y pusilánime– que no tienen perdón de Dios.

Hay tantísimas Montses en el país (y la mayoría sin casa en Cadaqués): mujeres que han hecho de la maternidad el papel principal de su vida; mujeres que lo dan todo, a menudo de mala manera y más de lo que los demás piden; mujeres que se han sentido engañadas, estafadas, poco queridas. Mujeres que, en algún caso, reúnen el valor para decir cómo se sienten y que pueden recibir una respuesta como la que suelta la hija de Montse: yo pensaba que amar era dar sin esperar nada a cambio. No voy a atropellar la reacción de Montse/Emma. Es genial.

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Casa en llamas es una película sobre la familia, esa construcción que, nos guste o no, es la base de nuestra sociedad. La familia que, todos lo sabemos, puede ser refugio y puede ser cárcel, puede ser estímulo y puede ser lastre. Y que para la mayoría de las mujeres suele ser un termómetro significativo del éxito de su vida: quizá éste sea el gran error.

La familia es el tema inagotable. En el cine y en la literatura. De todo lo que se ha escrito sobre la familia, dejadme que le recuerde un fragmento de la novela Léxico familiar, de Natalia Ginzburg: “Una de esas frases o palabras haría que nos reconociéramos el uno al otro en la oscuridad de una cueva o entre millones de personas. Estas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados, son como jeroglíficos de los egipcios o de los asirio-babilonios: el testimonio de un núcleo vital que ya no existe, pero que sobrevive en sus textos, salvados de la furia de las aguas, de la corrosión del tiempo. Estas frases son la base de nuestra unidad familiar, que subsistirá hasta que permanezcamos en el mundo, recreándose y resucitando en los puntos más diversos de la tierra”.

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La familia de Casa en llamas está llena de secretos y resentimiento, reproches y errores, pero cualquiera de sus miembros se reconocería en la oscuridad de una cueva o entre millones de personas. Como nosotros. Vaya a verla en los cines y no se arrepentirá.