La familia, otra vez
A menudo me preguntan por qué en mis novelas hablo tanto de mi familia. Suelo responder que hablar de la familia te permite hablar de todo, que la familia es como una reducción del mundo.
Esta semana he comprobado, por partida doble, que la familia es un pozo sin fondo para ofrecer historias, el cofre del tesoro para los escritores. Creo que es inevitable: los lazos familiares (sean sanguíneos o no) tienen una potencia desmedida que, para bien y para mal, genera dramatismo, comedia, tragedia, todo lo que un creador puede llegar a fabular y más.
En este sentido , me entusiasma la respuesta que dio Scott Fitzgerald cuando le preguntaron cuándo se había hecho escritor: “Antes de nacer”, respondió. Y aclaró: “Justo antes de mi llegada al mundo, mis padres perdieron a una hija”.
Es exactamente eso: de la familia puedes heredar cosas buenas y malas, traumas y tristezas que ni siquiera has vivido. Ya nacemos con una carga.
Esta semana he leído la novela de Laura Ferrero Los astronautas (Alfaguara), donde la protagonista realiza un trabajo de investigación sobre una familia que nunca le fue permitido conocer: sus padres se separaron cuando ella sólo tenía año y medio. Ambos progenitores crearon nuevas familias y coincidieron en la voluntad de borrar aquella primera unión. Lo hacen sin prever el vacío insondable que esto provocará en su hija.
Y en esta novela, Laura Ferrero habla del documental Los tachados, del mexicano Roberto Duarte, que también habla de esta opción enfermiza que es querer borrar el pasado.
A partir de una fotografía donde aparece su abuela con un niño pequeño, cuya imagen ha sido tachada hasta hacerlo la desaparecer, Duarte comienza una investigación difícil, por dolorosa, para acabar descubriendo que su abuela perdió a dos hijos –ambos por suicidio– y cómo decidió tacharlos para evitar un dolor insoportable.
Os recomiendo vivamente el documental Los tachados y la novela Los astronautas. La familia, de nuevo.