Feijóo, el importador de colonias

Se ha abierto la veda y ahora los racistas ladran a cara descubierta sin miramientos ni hipocresías. Les podríamos agradecer la sinceridad si no fuera que sus palabras se esparcen por todas partes y envenenan la convivencia. Suponen, desde todos los puntos de vista, un problema de seguridad para aquellos a los que señalan públicamente. Habrá gente que no se sienta interpelada por ese aumento de la violencia tan verbal como en los actos porque cree que no va con ellos y se callarán, como en ese texto de Martin Niemöller sobre el ascenso del nazismo: "Primero fueron detrás de los socialistas y no dije nada porque no soy socialista…" El resto ya lo conocen. Pues ahora vienen a buscar a los inmigrantes y los hay que no solo no se inmutan ante esta escandalosa xenofobia sino que no tardan ni dos segundos en sumarse a avivar la hoguera expiatoria donde arden personas que ni conocen ni quieren conocer.

Si escuchamos con atención lo que va soltando estos días Alberto Núñez Feijóo (una servidumbre del trabajo de opinar sobre racismo que, lo confieso, tengo que dosificar para no caer enferma), veremos que la derecha española (y también la catalana) vive en una especie de esquizofrenia con la inmigración. La necesita y lo sabe, porque el tejido productivo no se sostiene sin mano de obra venida de fuera, pero no la quiere. O, más que no quererla, la quiere sometida y atada muy corto, como han querido siempre las clases dominantes a las clases trabajadoras. Solo que ahora la patronal dispuesta a explotar a estos nuevos parias cuenta con la ayuda inestimable de otros trabajadores que, amnésicos en cuanto a su origen proletario, creen que su enemigo es el pobre un poco más pobre que tienen al lado, y no los grandes oligopolios extractivistas. Que si se encarece la vivienda es por la inmigración y no por el turismo, pongamos por caso. Y que la precarización es culpa de los recién llegados y no de los cambios legislativos que han llevado a más temporalidad y menos subidas de salarios. Es perverso confrontar a dos sectores de los trabajadores en lo que parecen los juegos del hambre, pero se ve que la táctica populista del "divide y vencerás" todavía funciona. Ahora el político gallego, con el aliento de Vox en la nuca, se apresura a albiolizarse y marcar perfil duro con la inmigración aunque sabe perfectamente que sin ella no hay presente ni futuro ni se puede sostener la economía. Por eso ahora se inventa este tipo de casting para trabajadores extranjeros, que, de algún modo, ya existe. Hay países desde los que se puede llegar a España sin visado y otros con muros burocráticos infranqueables (que se derriban fácilmente si puedes exhibir unas cuantas cifras en tu cuenta corriente). Una persona latinoamericana necesita dos años de residencia en el país para poder pedir la nacionalidad, mientras que alguien que viene de una antigua colonia mucho más reciente, como es el norte de Marruecos, necesita 10 años. De modo que el discurso que ahora esparce el PP, según el cual las personas procedentes de países hispanos comparten la misma cultura que los peninsulares, forma ya parte del ordenamiento jurídico y no es ninguna novedad. Una visión de la cultura de los demás que la homogeneiza y la asimila a la de la madre patria, aunque las naciones americanas ya hace tiempo que se quitaron de encima la dominación imperialista. No sabemos si Feijóo tiene la más remota idea de lo que es la diversidad cultural al otro lado del Atlántico ni si se ha dado cuenta de que como mediterráneos un español se parece más a un moro que a un mexicano. Pero es que ahora debe de dar pereza ir a conquistar otras tierras para tener la tan necesaria mano de obra barata. Es más fácil importarla y, una vez aquí, someterla a unas normas específicas, no sea que crean que además de trabajadores son personas. Exactamente como ocurría en las plantaciones de hace unos siglos.