¡Felicidades en tu día, buen sumiller!
Maridar significa casar. En Ruiseñor, que vas a Francia, la triste mujer que le habla en el pájaro dice “encomiéndame a mamá, a mi padre no mucho, porque me ha mal maridada”. Cómo significa casar, para armonizar vino y comida o comida y vino, maridamos. A la mayoría de humanos, la grasa de una carne les causa placer con un estilo de vino concreto. A la mayoría de humanos, un buen rancio (y tenemos tantos…) les hará mucha ilusión con unas almendras, y hemos acordado que quizás las burbujas y el jerez pueden ir bien con el jamón; el sauternas con foie; una lubina a la sal con un blanco de la Terra Alta… Y todo es interpretable, sí. Pero prolifera el neosommelier, carismático y encantador, que encuentra que los sumilleres de “oficio” son unos adocenados y unos viejos. "Podemos maridar según nuestro zodiaco", he visto que dicen en TikTok.
El buen sumiller quiere hacer lucir el vino y la comida. Quiere un buen matrimonio. Y en un buen matrimonio, no brilla sólo uno, a base de anular al otro. ¡Y sobre todo no brilla el cura! En un buen matrimonio hay ganas de sumar, no ocultar. El mal sumiller es el que siente excitación sexual si no conoces el vino que te quiere poner, y se nota flácido si sí lo conoces. Es lo que te dice: “Yo este blanco te lo casaría con unos churros de mi madre, que son los mejores del mundo”. Y lo que te dice: “Todo el mundo diría que esta garnacha cariñena del Priorat puede maridar con una carne con jugo, pero yo, que soy vegetariano y un espíritu libre, te lo marido con una ostra del vivero de mi tío abuelo”. Nadie, claro, conoce los churros de la madre del sumiller número 1, ni las ostras del tío abuelo del sumiller número 2. Este sumiller no trabaja para ti, ni para el viticultor; trabaja para él y para las redes, llenas de ingenuos. Los sumilleres buenos le miran perplejos, abrumados, porque ellos aman tanto el vino que nunca, nunca, cometerían este acto histriónico de intrusión, atrevido e infantil, de ser más protagonistas que el vino que sirven.