Felipe VI y la normalidad postiza
La visita de los reyes de España a Montserrat fue decepcionante. No se puede estar una hora y media glosando el espíritu de Paz y Tregua del Abad Oliba sin hablar de Catalunya y España y su mal encaje. No se pueden hacer afirmaciones como que "el diálogo comienza por la escucha" si no se llevan a la práctica. Decir que el "diálogo es un proceso, es un trabajo", y que no sea posible mantener ante el rey un diálogo sincero, es utilizar las palabras en vano. El acto terminó siendo una función de normalidad impostada. Le faltó verdad.
Montserrat no puede invitar al rey y hacer como si el 2017 no hubiera existido. El president de la Generalitat de entonces sigue en el exilio y todavía hay políticos inhabilitados porque la amnistía está bloqueada en el Supremo. La ausencia de referencias a la nación catalana, de la que Montserrat es pieza fundamental, fue atronadora. Encima, el único que se refirió al elefante de la habitación fue el rey cuando se permitió hablar de las "identidades excluyentes" y "las pretensiones de superioridad moral". Palabras como estas debía pronunciarlas el abad, con la seguridad de estar cargado de razones históricas.
Montserrat no puede pretender no hacer política, a menos que renuncie a su depósito simbólico. Considerar que ya no hace falta hacer política porque no estamos en los años sesenta es, como mínimo, una ingenuidad. Aceptar la visita del rey ya era hacer política y, sobre todo, era exponerse a que fuese el rey quien viniera a hacer política, como así fue. Hacía falta, al menos, un contrapeso que no apareció, como tantas veces había aparecido en el pasado en Montserrat, porque no era un acto más. Si Montserrat está celebrando mil años es porque ha sido más que un monasterio.