Francia y Reino Unido, dos elecciones opuestas

Seriedad. Europa sigue pendiente de las urnas; de la reacción de unos electores desbordados por una realidad que los hace sentir inseguros y de unos gobiernos incapaces de gestionarla. Bruselas mira estrábicamente hacia Londres y París. A ambos lados del canal de la Mancha hay dos procesos electorales en marcha hacia destinos opuestos.

El caos y la incompetencia han arrasado con la credibilidad del principal partido de gobierno en Reino Unido. Rory Stewart, antiguo diputado conservador y autor del libro How not to be a politician [Cómo no debe ser un político], asegura que en la última década el partido tory ha perdido uno de sus principales atributos: la seriedad. Pero la crisis de los conservadores va más allá del triste panorama que dejaron Boris Johnson, Theresa May o Liz Truss, y tiene mucho que ver con la desorientación que viven hoy otros muchos partidos tradicionales, y de la derecha en particular, en toda Europa. El primer problema es de agenda política. ¿Qué defienden hoy los conservadores? Del thatcherismo tradicional de Cameron al populismo desgarbado de Johnson existe una transformación política y social que ha cambiado el presente y el futuro del Reino Unido. Y, una vez más –como ya le ocurrió a Cameron con su arriesgada apuesta por el referéndum del Brexit–, la irrupción de Nigel Farage a la derecha de la derecha vuelve a amenazar con profundizar en la cada vez más debilitada división conservadora.

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Elitismo. El primer problema es de credibilidad. Por eso, lo que tienen en común las elecciones en Francia y Reino Unido es que la continuidad de lo que hay, tal y como está, es una opción condenada al fracaso. Emmanuel Macron se ha convertido en un lastre. El presidente francés encara la última semana de campaña antes de la votación de la primera vuelta del domingo superado en las encuestas y en la calle, por detrás de sus rivales de extrema derecha y de izquierda.

Con su ya característico dramatismo, Emmanuel Macron advertía, en abril, de que “nuestra Europa es mortal, y puede morir”. Pero lo que hoy agoniza es su apuesta política –responsable de fagocitar a un amplio centro ideológico, que quedó arrasado–. Ni siquiera su mensaje principal, de erigirse en el único partido creíble que gestiona la economía y las finanzas públicas, logra llegar al electorado. Una encuesta de Ipsos, realizada del 19 al 20 de junio y publicada por el rotativo Financial Times, aseguraba que el 25% de los encuestados franceses tienen más confianza en el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen para tomar las decisiones correctas en materia económica, por delante del 22% del Nuevo Frente Popular (NFP) de izquierdas, y solo un 20% decían que confiaban en la gestión de la alianza de Macron.

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Estabilidad. Sin embargo, los resultados en Francia y en Reino Unido pueden ser totalmente opuestos. Los laboristas británicos están a punto de volver a Downing Street, catorce años después, buscando, de nuevo, el centro político, pero, sobre todo, intentando ofrecer un antídoto contra el drama político y social que ha dejado al país económicamente más débil y unos niveles de erosión institucional que han devaluado la moneda, el nivel de renta y la credibilidad del país. En cambio, en Francia el voto antitecnocracia amenaza al régimen de un Macron que se vendió como una revolución democrática y ha acabado convertido en el representante de una élite alejada de la realidad de buena parte del país.

Lo que pasará factura a los gobiernos de Rishi Sunak y de Emmanuel Macron es la degradación de la democracia. Ahora bien, si el 4 de julio el Reino Unido puede empezar a pasar la página del desaguisado post-Brexit, Francia, en cambio, puede convertirse en el origen de la próxima gran crisis de legitimidad europea.