Gestionar la turismofobia
La jefa de filas de ERC en Barcelona, Elisenda Alamany, estaba desolada porque el acuerdo con el PSC, que debía permitirle gestionar las competencias de turismo, fue dinamitado por una curiosa coalición de militantes y altos cargos de su propio partido , en una asamblea que tuvo que aplazarse sine die.Pero siempre se puede consolar viendo el chaparrón que ha caído sobre Jaume Collboni por la exhibición de Fórmula 1 en medio del Eixample. Los socialistas ya eran conscientes del rau-rau popular contra el turismo y la política de eventos que caracteriza la gestión municipal, pero ahora realmente se han asustado y el alcalde ha comparecido a toda prisa para disipar la humareda de los coches con el anuncio del cierre de todos los pisos turísticos en cuatro años. Aunque mi escepticismo es total, me alegro. Porque esta es quizás la primera derrota táctica del bloque del crecimiento a todo gas, que tan holgadamente logró la victoria en las elecciones catalanas, frente a los partidos que el PP tacha de “defensores del NO a todo”.
Terminar con la lacra de los pisos turísticos –o dimensionar su número, al menos– es un paso en la buena dirección y, de hecho, ya formaba parte del decreto de la Generalitat del año pasado, y del acuerdo abortado entre el PSC y ERC. Se trata de hacer frente simultáneamente a dos de los grandes problemas de nuestras ciudades y zonas “tensionadas”. Uno, la gentrificación y la despersonalización; el otro, la falta de vivienda a un precio razonable. Sin embargo, es conocida la habilidad de los propietarios de los pisos turísticos para rifarse todas las normativas a través de las rendijas legales. Una de estas rendijas es el alquiler de temporada, que la consellera Esther Capella intentó regular, pero fracasó por la oposición conjunta de Junts y el PSC. Si ERC negocia con Salvador Illa, espero que este tema aparezca (y el Hard Rock también, de paso). Seguro que Collboni estará de acuerdo.
La indignación de los barceloneses que se sienten cada vez más desplazados a una ciudad cara, turistizada y, por qué negarlo, descatalanizada, es razonable. Y sin embargo, hay algunas actitudes con las que no simpatizo. Creo sinceramente que la alergia de determinados colectivos a los grandes eventos deportivos no representa la voluntad mayoritaria de una ciudad que tiene una gran tradición en ese terreno. Barcelona tendrá siempre un componente de escaparate (porque es una ciudad magnífica) y eso significa acoger ferias, congresos, festivales y todo tipo de eventos propios de una capital. No creo que la mayoría de barceloneses quieran que esto cambie; les gusta vivir en una ciudad donde ocurren cosas. Lo que sí quieren, en cambio, es control y regulación, proteger el bienestar vecinal y evitar que la economía de la ciudad dependa exclusivamente del sector terciario. Encontrar el punto de equilibrio en todo esto será difícil, pero no imposible.
También creo que la turismofobia resulta injusta si se expresa directamente sobre los turistas, que por lo general son gente como nosotros, que admira nuestro país y que tiene la suerte de hacer algo que sus abuelos posiblemente no se podían permitir, es a decir, ver mundo. Hay que exigirles civismo (como en los locales), hacer pagar tasa turística, regular todo lo regulable. Pero los enemigos de verdad no van por el Barri Gòtic haciendo fotos en bermudas. No; visten bastante mejor, son de aquí o de fuera, pero pagan impuestos ve a saber dónde, y se están haciendo de oro especulando con la vivienda, eludiendo la ley, desahuciando vecinos, montando cadenas de tabernas donde se sirven tapas infectas a un precio indecente, y franquicias que venden figuras vagamente modernistas de torerosy manolas.
El verdadero problema asociado al monstruo del turismo no es el incivismo; es la avaricia.