Gobernar en tiempos de crisis ecológica

La crisis ecológica generalizada de nuestro planeta es, en realidad, producto de un problema cultural; es el resultado de los marcos conceptuales que hemos creado y de las limitaciones de nuestro sistema perceptivo y cognitivo. Y si esta crisis está relacionada con el territorio mental, lo primero que debemos transformar es ese territorio intangible. La manera en que han actuado los dirigentes políticos del País Valenciano evidencia la crisis de la percepción que sufrimos: las decisiones que tomó Carlos Mazón demuestran un desconocimiento absoluto del contexto en el que nos encontramos. Si 2023 fue el año más cálido a nivel global, y lo fue con un margen bastante “generoso”, el verano de 2024 también ha sido el más cálido jamás registrado, lo que provocó que el agua del mar Mediterráneo superase los 30 grados en algunos puntos . Teniendo estos datos anómalas sobre la mesa y sabiendo cómo funciona la física atmosférica, los fenómenos meteorológicos extremos deberían cogernos precavidos (y más en un lugar con las particularidades orográficas del País Valenciano). Las trágicas consecuencias de la gota fría son un dolorosísimo toque de alerta.

Desastres naturales y alteraciones en el clima siempre ha habido y seguirá habiendo. Si el imaginario apocalíptico de las tormentas está tan presente en obras como La tormenta (1611) o El rey Lear (1606) es porque en la época en que Shakespeare las escribió el hemisferio norte de la Tierra sufría un enfriamiento que supuso una gran inestabilidad climatológica y muchos problemas de abastecimiento. bajas, el tiempo era impredecible, había cambios meteorológicos repentinos y muchas más tormentas y ventoleras de las que hay ahora. Debido a que durante los siglos de la Pequeña Edad de Hielo la climatología fue particularmente salvaje en Europa, la sensación de inestabilidad vital y el estado de confusión se ven reflejados en las producciones artísticas de la época. A las obras de Shakespeare a menudo se atribuyen las inclemencias del tiempo a las brujas, porque era una idea muy popular que había sido recogida y difundida por el tratado de brujería Malleus Maleficarum (1486). Los fenómenos naturales que provocan catástrofes son incontrolables, pero los que estamos sufriendo son desproporcionados, y esa desproporción no es producto de ningún conjuro maléfico, sino de nuestras acciones. La violencia excepcional de la gota fría de este año está directamente relacionada con el calentamiento global, que, a su vez, es directamente proporcional a la cantidad de CO₂ que existe en la atmósfera.

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Hemos traspasado el umbral de seguridad de algunas de las llamadas fronteras planetarias (entre ellas, la climática, la de los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y del fósforo o la de la integridad de la biosfera) y esto nos coloca en una posición de riesgo y de incertidumbre. Ante este escenario, la sociedad debería replantearse por completo los protocolos de actuación y, sobre todo, las prioridades. Hace milenios que, gracias al aumento del conocimiento y del progreso tecnológico, la humanidad trabaja por construir una sociosfera cada vez más confortable, segura y compleja. Hemos diseñado megaficciones (como un entramado de villas y ciudades interconectadas o como la estructuración y los códigos de funcionamiento sociales), hemos conseguido crear una red vital espectacular y altamente eficiente, pero estos últimos siglos lo hemos hecho en base a unas lógicas muy cortoterministas. Las lógicas del hiperorganismo sociocultural del que formamos parte a menudo contradicen las lógicas de la biosfera, y esta incongruencia nos aboca a la fatalidad: mientras que las dinámicas de la sociedad nos empujan a viajar en avión para ir de vacaciones a la otra punta del mundo oa tomar el coche para ir a todas partes, las de la biosfera se rigen por los frágiles equilibrios atmosféricos.

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En su último libro, Timothy Morton, una de las figuras más relevantes del pensamiento ecologista, reflexiona sobre la delicada situación ecológica del planeta en relación con el mito del progreso: “Si seguimos avanzando con eficiencia, tarde o temprano nos daremos cuenta de que habrá sido éste ir avanzando lo que habrá destruido la Tierra. Cuantas más señales de la inminencia del infierno ¿podemos obviar?” (Hell, 2024; traducción de Maria Callís). Las autoridades de la Comunidad Valenciana menospreciaron la capacidad destructora de una gota fría agravada por el calentamiento global. Seguramente, esta tragedia señalará un cambio radical en la gestión de los –posibles– desastres naturales, pero ojalá los cambios en las lógicas de nuestra sociedad acaben siendo aún más profundos.

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Hace unas semanas que el gobierno de Barcelona y el del estado español anunciaban que en 2025 retirarían las ayudas para la movilidad en transporte público. En un contexto de emergencia climática, esta decisión es inadecuada y temeraria. Porque, he aquí una lógica planetaria inesquivable, cada gramo de CO₂ que emitimos nos acerca un poco más al infierno.