El pasado verano, el buscador de Google fue calificado de monopolio por la justicia estadounidense. Según el juez, la empresa, que en sus inicios tenía como lema “Don't be evil” [No seas malvado], trató de asegurar su posición dominante. Por ejemplo, pagó sumas estratosféricas a fabricantes, como Apple, para que sus navegadores utilicen por defecto el buscador de Google. Esto permite cobrar tarifas elevadas a empresas anunciantes, que desean aparecer en el buscador que acapara el 94% de las consultas. La Comisión Europea ha tratado de frenarlo obligando a los navegadores a ofrecer la elección de buscador –las opciones incluyen Bing, Yahoo!, Ask, Baidu o Quora, entre otros– la primera vez que se accede a ellos. Pero el impacto de la medida ha sido limitado, y la mayoría de las búsquedas siguen haciéndose con Google. Y es que, de hecho, los sectores tecnológicos tienen mayores probabilidades de generar monopolios: requieren una inversión inicial muy elevada, pero después son fácilmente escalables.
Entre los economistas hay consenso sobre que los monopolios no favorecen ni la innovación ni la competitividad, porque acaban absorbiendo todo lo que les pueda dañar. Por ejemplo, se habla de “adquisiciones mortales” cuando los monopolios compran pequeñas empresas con potencial, o de “zonas muertas” allá donde cuesta encontrar inversores por la predominancia de un monopolista. Quizás por este motivo, una de las medidas propuestas en Google consiste en poner al alcance del público la tecnología que hay detrás de su buscador. Esto abriría la puerta a que nuevos desarrolladores no empiecen desde cero, ya transformar lo que ahora es una “zona muerta” en una de “viva”.
La historia empresarial es rica en ejemplos de finales de monopolios que dieron paso a innovaciones que han beneficiado a la sociedad. La empresa de telefonía pública AT&T sólo permitía utilizar sus productos en su red y, cuando finalmente se abrió, las líneas telefónicas se pudieron utilizar para los desahuciados facsímiles y, más tarde, los primeros módems que conectaron se en internet. Otro ejemplo: en los años 90, una pequeña empresa emergente se benefició de un momento de debilidad de Microsoft, que luchaba contra procesos judiciales que le acusaban, precisamente, de monopolio. Esta pequeña empresa era Google, que pudo crecer gracias a un gran producto y también a un entorno competitivo que le permitió progresar.
Otras propuestas para deshacer el monopolio pasan por obligar a la empresa a vender su buscador, desvincularse de Android o dejar de pagar fabricantes para seguir colocando a su buscador. El próximo agosto, el juez tomará una decisión y Google –con casi toda certeza– apelará. Pero quién sabe si, con todo este proceso, habrá otra empresa emergente aprovechando su momento.
Hay expertos que afirman que Google va por detrás en el posicionamiento en inteligencia artificial, y que estamos asistiendo al inicio de un bajón. Otros opinan que su potencial financiero (y de datos) es demasiado grande para poder detenerla. Mientras, para muchos de nosotros, el día a día sigue pasando en Can Google: correo electrónico, agenda, mapas, documentos de trabajo, traductor, álbumes de fotos...