La gran ola
Visto hoy, el 8 de marzo de 2018 queda mucho más lejos que hace siete años. En ese momento pensábamos que la gran ola que empezaba a crecer sería la ola imparable, la definitiva. Era la gran ola. Las calles se llenaron de indignación colectiva y de revolución. La ola se levantaba imponente. El mundo entero se bañaba en un movimiento que venía de lejos, de olas que fueron rompiendo muros para abrirnos paso a las mujeres que veníamos detrás. Pero las que veníamos topamos con más muros, los viejos que todavía no habían caído. Y, como nuestras predecesoras, tropezamos con los cimientos, con los pilares del patriarcado arraigados en el planeta, como si no hubiera otra posibilidad de vida que la violencia y la discriminación sistemática hacia las mujeres; con esta organización social que todavía prevalece, la que los hombres decidieron cómo sería, no sólo sin pedir la opinión de las mujeres sino prohibiendo a las mujeres tener una opinión. Y después las tildaron de ingenuas. Sobre este pilar desastroso crece ahora un nuevo orden mundial, que es más antiguo que ir a pie. Con mujeres liderando las extremas derechas para que podamos oír lo de: "Las mujeres, cuando son malas, son mucho más malas que los hombres". En dolencia se ve que sí estamos bien valoradas. Es curioso. Pero como curiosidad diré que el feminismo defiende la igualdad. Y ya nos sabe mal que las mujeres tengamos que igualarnos por la extrema derecha y no por la izquierda, pero el feminismo no hace mujeres buenas o malas. Ni hace a las mujeres mejores que a los hombres. La gente que piensa que cuando somos malas, somos más malas, es la misma que cree que las feministas somos unas pesadas. Es la misma gente que sostiene que una de cada dos mujeres ha sufrido violencia machista en España porque ellas la provocan, que los feminicidios se perpetúan porque los celos matan y que la brecha salarial aumenta porque las mujeres no quieren cargos de responsabilidad. Y todos vivimos en ese mundo.
Han pasado siete años y vemos cómo se ha modificado ligeramente la superficie social, pero nuestros derechos y libertades siguen en el piso de abajo. Y en la superficie, básicamente, hay mucho postureo. Como ocurre a menudo, hay que mirar las cosas pequeñas. Os invito a hacer un ejercicio en este mismo diario. Lea artículos y entrevistas y mire qué referentes tienen los articulistas y los entrevistados. En el caso de las mujeres es fácil que citen o hablen de algún hombre. En el caso de los hombres es extrañísimo que hablen de alguna mujer o la citen. Y eso, que puede parecer secundario, es el abono que sigue alimentando al machismo con ese susurro que lo hace tramposo e insoportable. Porque una forma de perpetuarlo es seguir menospreciando lo que han hecho, dicho, escrito o creado las mujeres. Porque los cánones y, por tanto, lo que tiene realmente valor, han sido hechos, dedos, escritos y creados por los hombres.
Siete años después no son las manifestaciones las que deben tomar el pulso del feminismo. Tampoco una huelga. Ya la primera de 2018 tuvo un seguimiento muy escaso. Sin embargo, con repercusiones para siete activistas condenadas en Catalunya. El feminismo debe manifestarse en casa, en el trabajo, en la calle, en los medios, en las instituciones. El feminismo no es una pancarta. Por eso, justamente, siempre se ha intentado apedrearlo. Este afán demoledor sólo puede entenderse desde el miedo anacrónico. Porque el feminismo sigue siendo el único movimiento capaz de transformar la sociedad engullida por un sistema que quiere morir matando. Todas las olas se acaban rompiendo. Pero siempre vienen nuevas. Y hasta la igualdad real, el mar no estará en calma.