Grecia, Cataluña, Europa

Verano. Para muchos, sinónimo de nuestro puente de mar azul: el Mediterráneo, en cuyo Oriente late la exhausta Grecia, cuna de todo lo que somos. Me acerco allí de la mano del libro en catalán Res en excés. Encara parlem greu (nada en exceso. Aún hablamos griego), de Toni Batllori, Pere Led y Toni Merigó. Gracias, compañeros de viaje. También de la mirada histórica de Un català a Grècia, del helenista Eusebi Ayensa. Europa, Grecia, Cataluña.

Hace dos siglos, el romántico lord Byron, después de años de escandalizar a Inglaterra, de autoexiliarse por la Europa mediterránea y de seducir a medio mundo (hombres y mujeres), murió en Grecia luchando por la independencia helena, alcanzada en 1824 y seguida de fuertes convulsiones. «Es hora de que este corazón se calle para siempre, / visto que ya no puede dar que hablar a otros corazones. / Pero, aunque ya no puedo ser amado, / ¡dejadme que ame todavía!» Lo escribió a los 36 años, a las puertas de la muerte en la ciudad de Mesolongion. Grecia se reencontraba políticamente. En el terreno de la memoria y la cultura, aún tardarían décadas en hacerse los grandes descubrimientos arqueológicos del alemán Schliemann (Troya, Micenas, Itaca) y del inglés sir Arthur Evans (Cnossos, en Creta), dos europeos del norte fascinados por el Mediterráneo.

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¿Qué pasaba en la Cataluña del siglo XIX? También era un lugar convulso y también se reencontraba, en su caso con el pasado medieval. El Renacimiento es el Romanticismo autóctono. Aribau aparte, los grandes literatos de esta corriente son tardíos y menos bohemios que Byron, Jacint Verdaguer y Àngel Guimerà, pero igualmente marcados por una febril lucha interna y externa. También con retraso, Cataluña dio un salto adelante de autoafirmación con el nacimiento del catalanismo político, y la recuperación de la lengua y el arte románico y gótico. El ochocientos fue, al mismo tiempo, el siglo de las guerras civiles carlistas, la industrialización, el obrerismo, el republicanismo, el gran auge de Barcelona (el Eixample de Cerdà, la Exposición de 1888)... Y de la decadencia de una España deprimida por la pérdida de las colonias, incapaz de crear un estado liberal moderno y que ya no contaba en el concierto de las naciones.

La Grecia del XX y de lo que llevamos de XXI no ha tenido suerte. Suerte tiene del legado de la antigüedad. Lleva tiempo viviendo en la penumbra de una tragedia griega: se lanzó a la ganancia fácil, cansada de ser pobre pero culta y tradicional. Es un país fallido, de nuevo empobrecido, polarizado. La Cataluña actual sigue construyéndose en la periferia de España, incomprendida y sospechosa, pero social y económicamente se ha apañado mejor que Grecia. A principios del XX tuvimos el impulso noucentista de inspiración grecolatina: aquel programa nacional de raíz conservadora, que era cultural y político, y que pese a las dos dictaduras y los sucesivos vaivenes ideológicos ha seguido marcando el horizonte. En buena medida todavía vivimos de él. Es nuestra conexión griega. Empúries y la colección Bernat Metge. La mediterraneidad cívica de los Juegos Olímpicos de 1992 enlazó con este legado, traduciéndolo en cultura de masas.

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Grecia y Catalunya son hoy dos codiciados destinos turísticos de mar y memoria. ¿Quién no desea ir una vez a la vida a Atenas y Barcelona? Historia y placeres, alegría de vivir y conocimiento. Se podría decir que Cataluña ha querido ser, en la época contemporánea, más griega que la propia Grecia, más apegada al binomio libertad-lengua, tan caro a los griegos. Pero quizás esto suena a autosatisfacción. La catarsis (del griego kátharsis) del fallido proceso independentista nos ha dejado desconcertados. Ha sido un revival romántico. ¿Pero ganaremos al fin más autonomía, que viene de autos (uno mismo) y nómos (ley, normas)?

¿Cómo decía Pessoa, qué es (o era) Europa sino una mezcla de cultura clásica, orden romano y moral cristiana? Y bién, nos estamos alejando de ello a marchas forzadas, como si Europa, la joven seducida por Zeus, dios del poder, hubiera asimilado los peores instintos de su raptor. Envejecida, anclada en el miedo, injertada de población global y de nuevo en guerra, Europa hace tiempo que ha perdido la inocencia y el idealismo. Más que perder el norte está perdiendo el aliento de libertad, tolerancia y cultura del antiguo sur. ¿Qué será de la Grecia empobrecida y la Catalunya extraviada?