La guerra de los drones
Cuando Rusia invadió Ucrania, en febrero del 2022, Europa despertó de un sueño estratégico. Tras décadas confiando su seguridad al paraguas de la OTAN y a la protección norteamericana, Europa descubrió que la paz –como la democracia– no está garantizada. Asimismo, el conflicto reveló un cambio radical con la guerra que habían conocido nuestros padres y abuelos. El armamento está cada vez más lejos de la mano y la mirada del humano que lo dispara, y la muerte más cerca de un civil que está lejos del frente de guerra. Los drones –pequeños, baratos, letales y deshumanizados– han sustituido a la artillería como principales instrumentos de muerte y vigilancia. Hoy la muerte tiene sonido de zumbido y persigue a soldados que juntan las manos implorando a la máquina que no les dispare antes de reventarlos. No es literatura, son las imágenes de propaganda de guerra que hemos podido ver preparando este dossier y que se reproducen fríamente en las redes sociales.
Los expertos militares coinciden en que la guerra del futuro será altamente automatizada, pero no totalmente deshumanizada. Los drones y robots pueden hacer tareas de vigilancia o ataque, pero los humanos seguirán siendo indispensables. Sin embargo, esta dependencia tecnológica genera nuevas vulnerabilidades: si se bloquea la conexión o se interrumpe la electrónica, un ejército puede quedar ciego e indefenso. Los mandos ucranianos, inmersos en esta realidad, admiten que la fatiga y el miedo se han convertido en parte del combate. Los pilotos de drones, muchos de ellos jóvenes acostumbrados a los videojuegos, juegan un juego real en el que la distancia moral del asesino está garantizada.
La muerte vista desde el cielo
En Ucrania entre el 70% y el 80% de los fallecidos son causados por estos dispositivos no tripulados. El resultado es un frente congelado, porque cualquier movimiento es detectado y neutralizado en cuestión de segundos. Los ejércitos se han visto obligados a reinventarse con tácticas de microinfiltración, pequeños grupos, movimientos nocturnos y el uso de motocicletas y patinetes eléctricos para escapar del radar enemigo. Los grandes blindados, símbolo de poder en guerras pasadas, son ahora objetivos demasiado fáciles, como las columnas pesadas y lentas que en su día intentaron llegar a Kiev sin éxito.
Ucrania, que antes fabricaba unos 5.000 drones anuales, produce hoy entre dos y cuatro millones cada año. Son armas asequibles y rápidas de construir, y su despliegue masivo ha convertido al país en un laboratorio de guerra tecnológica –como lo ha sido también Gaza– donde se ensaya el combate moderno.
La guerra invisible llega a Bruselas
A miles de kilómetros de las trincheras, Europa observa y toma nota. El comisario europeo de Defensa y Espacio, Andrius Kubilius, resume los nuevos tiempos en términos clásicos: si quieres paz, prepárate para la guerra.
Kubilius, ex primer ministro lituano, defiende los objetivos de gasto de la OTAN instando a la Unión Europea a reducir su dependencia de Estados Unidos. En una entrevista hecha por nuestro corresponsal en Bruselas, Gerard Fageda, el comisario insta a España a cumplir los objetivos de gasto y advierte de que no hacerlo debilita a toda la Unión. "La defensa colectiva depende del compromiso individual de cada estado", asegura. Y añade un aviso inquietante: "Los servicios de inteligencia europeos creen que Rusia podría poner a prueba el artículo 5 de la OTAN".
La guerra de Ucrania ha impulsado una transformación estratégica sin precedentes. Bruselas quiere convertir a la fragmentada industria de defensa europea en un sistema coordinado y eficiente. Kubilius apuesta por compras conjuntas de armamento, que podrían reducir costes hasta un 30%, y por proyectos compartidos como el "muro de drones" en los países bálticos, diseñado para vigilar la frontera con Rusia. El objetivo es construir una defensa común que no dependa de factores externos y que sirva tanto para disuadir como para proteger.
La guerra de Ucrania ha redefinido no solo la forma de luchar, sino también la forma de pensar la paz. Los drones han convertido el cielo en un campo de batalla, pero también han obligado a los gobiernos a reconocer su fragilidad.
Para la Unión Europea, el rearme no es solo una cuestión militar, sino un acto de soberanía. La cooperación en defensa, la inversión tecnológica y la unidad política son ahora los tres pilares de un nuevo paradigma europeo. El sueño de una Europa que podía prescindir de la fuerza ha muerto en las trincheras ucranianas. En su lugar, nace una Unión que entiende que la defensa no es contraria a los valores europeos, sino componente de su protección.
Esta transformación no será fácil. Requerirá inversiones colosales, consenso político y un cambio cultural: entender que la soberanía no se mide solo en PIB, sino en la capacidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos en sociedades democráticas y libres.