Contra la guerra, libros y no censura

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Una mujer repasa los libros de uno de los pabellones de la Feria del Libro de Fráncfort, el 17 de octubre.

En la Feria del Libro de Frankfurt no solo se encuentran agentes y editores para comprar y vender derechos, también se organizan numerosas actividades en torno a los libros. Mesas redondas, conferencias y lecturas sirven para establecer diálogos y debates, para mostrar parte de lo que se cuece en el extenso mundo de la literatura de hoy. Es decir, es lo contrario de la guerra y la violencia porque por muy vehementes que podamos ser escribiendo apostar por la palabra y no por las balas será siempre un acto en favor de la paz. Por eso las derivas censoras que atribuyen al lenguaje o a la creación artística todas las maldades del mundo actual nos conducen a un mundo más crispado y menos capaz de exorcizar a través del arte sus partes más oscuras. Yo puedo rebatir una idea que me llega por escrito, puedo contestar con más palabras y puedo reconocer en el interlocutor con el que no estoy de acuerdo a un ser humano de carne y hueso pero no puedo enfrentarme a un tanque con las mismas herramientas. Más vale una literatura incómoda que la censura.

Pero he aquí que en los últimos tiempos la censura con nuevas formas se ha ido infiltrando y normalizando en la opinión pública y ha calado la idea de que es aceptable corregir la libertad creadora de los escritores aunque sea de forma sutil. En la Feria del Libro de Frankfurt la escritora palestina Adania Shibli tenía que recibir el premio Liberatur por su novela Un detalle menor (publicada en castellano por Hoja de Lata) pero Litprom, la organización que la concede, ha decidido posponer la ceremonia de entrega "debido a la guerra comenzada por Hamás", según explica en su página web. O sea que una organización terrorista comete actos deplorables contra la población civil y quien paga sus consecuencias es una escritora que utiliza palabras y no el fusil. Con una prosa de una enorme belleza, en Un detalle menor Shibli explica el caso real de la violación y asesinato de una beduina en 1946 en el desierto de Negev por parte de soldados israelíes. Y de nuevo somos las mujeres las que tenemos que esperar a que se resuelvan los problemas que crean los hombres, tenemos que esperar a que llegue la paz, que no haya conflictos para poder contar la historia desde nuestro punto de vista. Si resulta tan terrible esta censura camuflada de prudencia es porque el miedo al antisemitismo es mayor que el miedo a silenciar las voces que denuncian la barbarie y porque la propia feria, que tenía que acoger la ceremonia y no es quien da el premio, hizo un comunicado solidarizándose y declarando que estaba no solo del lado de los israelíes víctimas del terrorismo (posicionamiento que podemos compartir todos sin matices) sino del propio Estado de Israel. Que muchos ciudadanos del país de Netanyahu culpen y critiquen la actuación de su actual gobierno parece que no anima a la feria a matizar su solidaridad con aquellos que ahora mismo masacran hospitales. Ha sido una enorme decepción. Yo estaba convencida de que un espacio en el que reinan los libros, la literatura, el intercambio de palabras y la libertad de escribir sería siempre un espacio para cultivar la paz y no las llamadas a la venganza más atroz, tan inútil como los actos de los Hamás.

Es ciertamente preocupante que cada vez más vayamos aceptando que un escritor tiene que escribir desde la corrección política o alineado con los valores imperantes. Un escritor expresa lo que le provoca su presente y sus circunstancias, adopta la actitud que le da la gana ante el hecho de que en otros terrenos tienen que presentarse de la forma más objetiva posible. Si incomoda, si no gusta, si contiene lo que es despreciable y aberrante y no queremos adentrarnos en ello, siempre tenemos la opción de no leerlo o contestar con otro relato. O lo que todavía es mejor: tenemos la posibilidad de ensanchar los límites de la literatura escribiendo nosotros mismos desde lo que somos, lo que pensamos y lo que sentimos.

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