La guerra en Ucrania y la economía
“Lluvia, sol y guerra en Sebastopol” era el dicho de los labradores esperando una subida del precios de los cereales hace un siglo y medio. Ahora también quedarán afectados los precios de los cereales, porque Ucrania y Rusia representan un tercio de las exportaciones mundiales de trigo. Muchos más productos se verán afectados, el gas y el petróleo fundamentalmente (Rusia es el tercer productor mundial de petróleo), pero también metales importantes para la aviación, electrónica, baterías y semiconductores como el níquel, el titanio, el paladio, el aluminio y el gas neón, de los que Rusia es un productor muy relevante (40% de la oferta mundial de paladio, por ejemplo). España importa de Ucrania básicamente aceite de girasol y maíz. El precio de futuro del gas se dispara inicialmente un 50% avanzando disrupciones del suministro porque las cañerías del gas pasan por Ucrania, o por posibles sanciones en el sector energético por parte de Occidente, hasta ahora cuidadosamente evitadas. Europa depende del petróleo ruso un 20% y del gas ruso un 40% aproximadamente, y Alemania más del 50%. Las cadenas de producción de automóviles se verán afectadas no solo por los componentes fabricados en Ucrania sino, por ejemplo, por las factorías rusas de Renault -que venden un tercio del total de coches de Rusia- y Stellantis -que exporta un volumen relevante de Rusia en Europa-. El sector financiero se verá afectado directamente, con bancos como Société Générale y Unicredit que tienen aproximadamente un 5% de su beneficio en Rusia.
Las conexiones económicas de Francia e Italia con Rusia, por no hablar de Alemania, condicionan la actitud de sus dirigentes con el Kremlin y modulan las posibles sanciones. Tampoco Biden quiere que suba el precio del petróleo por las elecciones de noviembre en EE. UU. Las sanciones impuestas que apuntan a los oligarcas cercanos a Putin (y al propio Putin) quieren hacer aumentar el coste de la financiación en Rusia y ponen restricciones a la importación de tecnología. Alemania ha dejado en suspenso la certificación del gasoducto Nord Stream 2, que deja de lado a Ucrania, posponiendo su entrada en funcionamiento. Entre las sanciones más extremas que se están considerando está la desconexión de Rusia del sistema Swift, una cooperativa utilizada por más de 11.000 intermediarios financieros en el mundo para facilitar pagos interbancarios y en la que Rusia representa solo el 1,5% de las transacciones. Esto dificultaría mucho los pagos por la energía rusa y haría que tanto Rusia como China pivotaran hacia sistemas de pago alternativos.
La cuestión es que las sanciones solo tendrían gran potencia si Europa deja de comprar energía en Rusia y aun así Rusia podría compensarlo con más ventas en China. El gran problema es que la sanción más fuerte para el Kremlin es la que también hace más daño en Europa. Una Unión Europea (UE) en la que países como Alemania e Italia, y muchos otros, son muy dependientes y que no tiene una política energética común.
Dada la incertidumbre, todavía es pronto para ver los impactos a corto plazo. La subida de los precios de la energía presionará a la alza la inflación y pospondrá la previsión de su bajada. Al mismo tiempo, hará disminuir el crecimiento. Una guerra es una perturbación de oferta que malogra las cadenas de suministro. Si la crisis se agrava, sobre todo en un escenario de conflicto persistente en el que la energía rusa no llega a Europa, por no hablar ya de una confrontación bélica de Occidente con Rusia, puede aparecer el peligro de recesión. Estaríamos en un escenario de estanflación. Los bancos centrales tendrán que ser mucho más prudentes a la hora de subir los tipos de interés.
Lo que está claro es que la maniobra de Putin tendrá consecuencias en el proceso de reversión parcial de la globalización económica. Ha puesto de manifiesto, otra vez, la fragilidad de las cadenas globales de producción y fomentará la segmentación tecnológica y energética del mundo entre Occidente y China, donde Rusia necesariamente basculará. Un mundo donde los conflictos se resuelven militarmente es incompatible con el libre comercio y las inversiones. La política energética y, de retruque, la lucha contra el cambio climático quedarán afectadas. Las tensiones en el triángulo de objetivos entre energía barata, segura y verde se decantarán hacia la seguridad en el suministro, particularmente en Europa, que tiene que diversificar las fuentes. Esto quiere decir que a corto plazo se usarán más energías existentes, carbón y nuclear, pero que a medio y largo plazo se pueden acelerar las inversiones en energías renovables porque dan seguridad e independencia. La sustitución del petróleo y del gas también se verá favorecida por la gran volatilidad actual de precios. Eso sí, se tendrá que ayudar a las familias que no puedan pagar la factura energética. Es posible también, y no querría confundir aquí deseos y realidades, que la UE, de una vez por todas, configure una política energética común que incluya compras conjuntas, interconexiones suficientes y una planificación de la cartera de energías a medio y largo plazo en el horizonte de descarbonización.