Habría tenido que decirle a Fermí Reixach...
En la selectividad había un texto para comentar, de Irene Vallejo, maravilloso como todos los suyos (no ha leído aún, El infinito dentro de un junco?) sobre la impresión de que te causan las primeras lecturas. Las primeras veces de las cosas. Todos tenemos primeras veces. La gente habla en general del primer beso y yo no me acuerdo, del primero. Para mí lo importante es lo último, pero sólo en este caso. Recuerdo la primera vez que leí Bukowski, recuerdo dónde estaba cuando leía Galíndez, recuerdo la primera vez que fui a El Celler de Can Roca, la primera vez –quizás también será la última– que probé la Enoteca 2001 de Recaredo , recuerdo la primera vez –también la última– que fui de parto.
Recuerdo la primera vez que vi en el teatro Fermí Reixach. Fue con Diario de un loco, lo veo como si fuera hoy. “Yo soy el rey de España...”, decía en la última parte, y estaba tan vivo, tan de verdad, tan lleno de algo como un aire comestible, palpable, que le rodeaba, mientras era el loco, ese loco, que me conmoví, por primera vez, viendo teatro. Recuerdo que me bromeé, al salir: “Echa tantos curas que los de la primera fila habrán quedado empapados”. Me pareció que ese papel estaba escrito para él. Volví a casa y era otra.
Leo en el ARA que ayer murió. Por eso, el recuerdo de ese momento, sutil, de teatro –hace mil años, de aquello– hoy me viene a la memoria. No le conocía, pero se lo habría tenido que decir. He llegado tarde, y es una lástima. Pudo esperarme a la salida del teatro, en cualquiera de las otras obras que ha hecho, y darle las gracias, discretamente, como admiradora, porque ese día, haciendo el Diario de un loco, me sacudió. El arte es esto. Sacudio. Habría tenido que decirle. Debo decirle a todo el mundo que hace cosas bonitas (mesas, jardines, comida, libros, vino, música, ropa, bromas...) cómo me gustan.