Nunca hemos vivido solos
Entre las frustraciones que más expresan los jóvenes está la de sus dificultades para emanciparse. No poder irse de casa cuando ya se es adulto es un motivo más que razonable de malestar vital, pero siempre que se trata este tema lo que sorprende es que la aspiración más común sea individual. Les ponen el micro y son pocos los que dicen 'quiero ir a vivir con mi pareja' o 'quiero ir a vivir con mis amigos'. No, parece que la idea de independencia está fuertemente ligada con la de una soledad querida y deseada, como si la convivencia con los demás sólo tuviera la parte desagradable de las tensiones diarias y todos nos estorbara. ¿No es triste que el sistema ultraliberal que ha ido desmenuzando todas aquellas estructuras que escapaban del mercadeo haya triunfado así? Como en tantos otros temas, el neoliberalismo ha logrado penetrar justo en aquellos terrenos que fueron liberados por la izquierda y Mayo del 68. Si enseguida se supo instalar en el terreno de las libertades sexuales para convertir a todas las mujeres en productos explotables sexualmente (obedeciendo al Marqués de Sade, que nos quería todas putas), en el terreno de la organización social ocupó cómodamente el espacio de la revuelta contra la institución de la familia para enviarnos el mensaje que no nos hace falta, que podemos y debemos querer estar solos. Como si todos fuéramos hombres solteros con trabajos bien pagados, hombres siempre sanos y con dinero suficiente para pagarse las tareas que los pobres sólo pueden hacer de manera común. Como si no pudiera existir una alternativa al modelo tradicional y patriarcal. Aunque la familia, en estas latitudes, ha cambiado mucho en las últimas décadas y se ha convertido para las nuevas generaciones en un espacio mucho más protector, mucho más cuidador de lo que había sido, mucho más respetuoso con los hijos, ve que no es suficiente y nadie sale a afirmar que su aspiración sea formar una unidad familiar propia. Algo que no sería, ni mucho menos, un problema, si hubiéramos sido lo suficientemente imaginativos como para inventar alternativas a esta vieja institución. Pocos de quienes crearon comunes salieron satisfechos de la experiencia, el poliamor es un modelo al alcance de pocas personas porque si querer a una sola ya es difícil (cuidando y estableciendo un vínculo sólido y comprometido) el amor a varias bandas es aún más complicado. Hay quien ha tenido éxito en la práctica de esta alternativa a la monogamia, pero casi siempre se trata de personas con una madurez emocional nada común. Aunque el poliamor se haya puesto de moda y, como la fluidez del género, tienes que apuntarte si no quieres pasar por boomer, lo cierto es que hay más ganas de polisexo que de poliestima.
Mientras los jóvenes sanos se quejan porque no pueden vivir solos hay miles de hogares ocupados por personas mayores que deben soportar la tristeza y el dolor de la soledad sobrevenida. No sólo no la han buscado sino que ese aislamiento parece el castigo que les infligimos por ser viejos, por no producir, por no aportar nada precisamente a la triunfante y ufana economía ultracapitalista. En la historia de la humanidad lo que estamos viviendo en Occidente es una verdadera anomalía que va en contra de nuestra propia naturaleza social. Somos humanos porque dependemos unos de otros. Cuando nacemos, si no nos cuidan, nos morimos. De si nos cuidan bien o no depende de que nos desarrollemos y crezcamos. Cuando estamos enfermos necesitamos a los demás cerca y no podemos reproducirnos sin ayuda. De hecho, la propia realización personal tan publicitada como anhelo individual sólo puede darse en los demás. Para compartir el gozo necesitamos la buena compañía, real y genuina, de los que amamos y nos quieren. Si nunca hemos vivido solos es porque no estamos hechos para vivir solos.