El hombre de la carretera

Llevas una gorra de color corporativo y, debajo, un pañuelo, como si fueras de la Guardia Mora de Franco. La ropa es una rana, también corporativa. En los pies, botas. Ni siquiera chancletas. Te estás en la carretera, en esta curva, con la herramienta en la mano.

Venimos por la carretera, delante de ti, y nos detenemos para que tú nos lo dices. Nos lo haces saber con la herramienta, que es un palo con un STOP en lo alto. El funcionamiento es sencillo. Si quieres –si te dicen– que pasamos, giras el widget y nos muestras un color verde. Si quieres –si te dicen– que debemos detenernos, nos muestras este STOP. Hacen obras, en la carretera. Ponen alquitrán, un alquitrán que debe deshacerse como chocolate. En el coche vamos con aire acondicionado y, sin embargo, sudamos. Te vemos bajo el sol, ese sol loco y tórrido, ese sol inclemente, ese sol que no se marchará hasta las siete de la tarde. ¿Cuántas horas hará que estás aquí debajo? ¿Cuántos litros habrás perdido? En el suelo, a tus pies, hay botellas vacías de agua. Las has tirado aquí, sin ánimo alguno para buscar una bolsa de basura que, seguro, se desharía y ya se convertiría en paracetamol. ¿Tienes dolor de cabeza? ¿Caerás al suelo desvanecido? Aguantes, aguantas el STOP y nosotros no podemos dejar de mirarte. Ahora, ahora, ahora te dicen que ya podemos pasar y pasamos. Y te dejamos bajo el sol. Seguro que ves lucecitas moradas, estrellitas. Esto no es diferente del desierto.

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Llevas gafas (de sol) y haces muecas perpetuas, seguro que los surcos de la cara ya se te han ennegrecido. Llegarás a casa del todo rendido, terminado. ¿Te gustará el trabajo? Hoy te miramos. No puede haber nada peor que lo tuyo. ¿Cuánto te pagarán? Pasamos, no sabemos si decirte adiós. Damos un cabezazo agradecido. Y tú, una vez pasamos –somos el primer coche–, te dejas caer un momento al margen, te quitas el gorro y te tiras agua por la cabeza.