IA: del código a los cuidados
Hace un par de semanas el Media Lab del MIT presentaba el proyecto AHA (Advancing Humans with AI), un programa de investigación que reúne a 14 grupos de investigación de la prestigiosa universidad en torno a la pregunta "¿Cómo podemos diseñar la inteligencia artificial al servicio del florecimiento humano y de unas vidas llenas?". En medio del festival corporativo de modelos de IA generativa, es esperanzador ver cómo proliferan los proyectos de investigación para entender cómo la interacción con la IA está modificando comportamientos, expectativas e imaginarios.
El hecho de que podamos hablarle a un chatbot como si fuera una persona ha permitido que estas interfaces entren a formar parte de muchas cotidianidades como compañía de conversación, asistentes u oráculos. Mucho más allá de los usos profesionales para delegarles tareas rutinarias, en el último año lo que más ha crecido es el apoyo emocional, con especial intensidad en el combate contra la soledad.
A pesar de que la mayor parte de la financiación en innovación e IA proviene de fondos privados, en el ámbito académico también existen grandes esfuerzos para poder medir y analizar las implicaciones que se están desencadenando. El proyecto AHA del MIT que mencionábamos antes es un gran ejemplo de investigar para inspirar a los profesionales de la IA de cualquier ámbito y para ayudarles también a escapar del relato de eficiencia y productividad. Una de las líneas de trabajo es precisamente ofrecer indicadores para medir cómo la IA nos acerca o nos aleja de la plenitud vital interior, social, vocacional y creativa.
Proyectos como éste –pero también todos los esfuerzos anteriores para impulsar una IA ajustada a los derechos humanos fundamentales y alineada con principios éticos y de justicia social– son primordiales para la fase de negociación en la que estamos. Cabe destacar que las iniciativas más provocadoras se encuentran en la intersección entre el arte y la investigación, haciendo emerger cuestiones latentes, expresándolas de forma visual y apoyadas en método y evidencias. Un ámbito en el que también destaca la presencia de mujeres.
Según States of knowledge., editado por Sheila Jasanoff, la ciencia es fruto de una producción compartida que pasa por tres fases: emergencia, contestación y estabilización. Si extrapolamos estas fases a la adopción de tecnologías, en el caso de la inteligencia artificial generativa todo apunta a que nos encontramos de lleno en la fase de contestación: se ha desplegado rápidamente y se está integrando en múltiples ámbitos, pero todavía no existe consenso social sobre cómo, para qué y con qué límites debería ser utilizada.
En esta fase es fundamental disponer de evidencias y de indicadores, porque todavía estamos a tiempo de decidir colectivamente qué rol queremos que juegue la IA en nuestras vidas. Es ahora cuando podemos deliberar sobre qué herramientas merecen nuestra confianza y qué usos consideramos aceptables y, sobre todo, en medio de los algoritmos, códigos y datos, seguir buscando vidas más llenas y vínculos que nos sostengan y nos nutran.