La incómoda verdad tras las mentiras de Trump

Tras la clara victoria en casa de su rival Nikki Haley, el único obstáculo que puede impedir a Donald Trump ser candidato a presidente es una sentencia judicial de gran severidad. Pero si hablamos de votos, Trump no ha tenido rival en el Partido Republicano. Cuantos más procesos le han salido, más apoyos ha ganado. Incluso la posibilidad de que fuera la justicia y no las urnas lo que le acabara impidiendo presentarse ya ha sido presentada por Trump como una prueba de que él es un disidente, “como una especie de Navalni”, de un sistema “ comunista o fascista”, una comparación de una obscenidad que se comenta sola pero pretende convertirlo en un mártir del establishment.

El éxito político de Trump es perfecto para explicar la evolución de las democracias liberales en el mundo. Hace cincuenta años, un presidente de Estados Unidos tuvo que dimitir por mentir sobre si había ordenado el espionaje de sus rivales electorales. Hoy, Trump puede no mostrar sus declaraciones de renta, puede haberse insultado públicamente con una actriz porno y puede haber enviado a la gente a asaltar el Capitolio para impedir la proclamación del resultado de las elecciones que perdió, que de todas maneras hay sesenta o setenta millones de americanos dispuestos a votarle.

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Pero, cuidado: que Trump y los Trump del mundo tengan éxito habla tanto de la fuerza de la mentira, de la agresividad verbal y de la conversión del adversario en enemigo como de la incapacidad de la política tenida como convencional (especialmente en la izquierda) para defender los intereses generales y no aparecer como una versión sumisa, hipócrita y virtuosa solo de palabra de un sistema que va dejando a mucha gente resentida. Trump no tiene ninguna solución para los problemas de la gente (de hecho, se presenta para solucionar sus problemas), pero los que dicen que sí tienen soluciones deberían pasar de decirlo a hacerlo, no sea que también estuvieran en política solo para defender sus intereses.