De la independencia... / ...a la irrelevancia
De la independencia...
La Diada de este sábado ha llegado de puntillas, sin hacer mucho ruido. Aunque, oportunamente, el Procicat haya permitido las reuniones de más de diez personas justo la semana del 11 de septiembre, no parece que la concentración del sábado por la tarde tenga que ser histórica, sentida o multitudinaria, que han sido tres adjetivos que los medios han empleado durante una década, con un cierto orgullo cómplice, para describir tantas manifestaciones ejemplares consecutivas. La pandemia y la crueldad de las sucesivas oleadas de contagios han cambiado, es muy cierto, algunas prioridades de la ciudadanía, pero no son ni mucho menos la excusa para explicar la deshinchada general. El tiempo –la imposibilidad de estar en permanente tensión durante diez años– y los indultos –saber que ya ninguna de las nueve personas está en la cárcel– han rebajado la indignación. También la manera en la que los partidos políticos independentistas y nuestros gobernantes nos han decepcionado, del 2017 hacia aquí, ha sido un factor determinante para que haya bajado la llamarada de calle. Darse cuenta de que, en la mayoría de los casos, los egos, las sillas, los cargos oficiales y la terquedad pasan por delante de aquello que les reclamaba la gente ha desanimado a parte de la parroquia. Este parque temático de las desavenencias sospechosamente constantes, en público y en privado, ha hecho abrir los ojos a mucha gente de buena fe. Paradójicamente, en el momento en el que en el Parlament hay más diputados independentistas que nunca, y cuando por primera vez –en las últimas elecciones– los votos soberanistas fueron mayoría, la convocatoria de este sábado por la tarde tiene muchos números de dar una cifra de participación que sirva de munición a los medios que abrazan el nacionalismo español. Con todo, no conozco a nadie que en 2012 fuera independentista y ahora haya dejado de serlo. Tampoco me creo que –por decirlo a la manera de Ada Colau refiriéndose al referéndum de autodeterminación– “la gente ya no está para tonterías”. Votar, tener el derecho a decidir, nunca será banal. Lo que hace falta es hacer las cosas bien, que coherencia rime con independencia.
...a la irrelevancia
La trampa estaba muy bien preparada y hemos caído en ella de cuatro patas. El Estado branda 1.700 millones para la nueva ampliación del aeropuerto de El Prat y, en cinco semanas, decide retirar esta inversión, que tenía que salvar la economía catalana. En un mes hemos pasado del todo a la nada y, desde este miércoles, se ha puesto en marcha la centrifugadora de culpas en busca de un viejo victimismo que siempre da réditos electorales. La cuestión es que España no pagará la ampliación de El Prat y Maurici Lucena –de Aena, pícaro como él solo– dice que hasta dentro de cinco años nos podemos olvidar de mejorar esta infraestructura. Pues lo llevamos claro porque, según las encuestas recientes, dentro de cinco años tendremos a PP y Vox en la Moncloa y entonces tendremos tantas cosas para intentar salvar que, quizás, lo menos importante será el número de pistas que le queden al aeropuerto.
¿Qué ha pasado en este caso? Que se nos han presentado la economía y la ecología como incompatibles, en lugar de intentar buscar una solución inteligente. Que se ha querido hacer tragar el plan pensado desde Madrid, en el que un diseño artificial pasa por encima de un espacio natural. Que aquí y allá los dirigentes políticos son tan miedosos que no saben en qué lado se tienen que poner de la pancarta. La coalición de gobierno de España –PSOE, Podemos– compite con la de Sant Jaume –ERC, Junts– para ver quién da más muestras de desconfianza interna. Y así vamos. Bienvenidos al país del No a todo. Hoy es la pista de El Prat, mañana serán los Juegos Olímpicos de Invierno y pasado mañana cualquiera otro hecho nuclear. En la Generalitat se han sucedido unos gobiernos que han preferido no hacer que decidir, apostar y ser criticados, ya sea por falta de un objetivo claro o por la cobardía populista del qué dirán los míos. O los de la CUP, o las redes sociales, o los diarios, o Basté a las 8. Qué lástima. Tenemos un país sensacional pero, a base de perder poder, de regalar oportunidades y de marcarnos goles en propia puerta, lo estamos condenando a la irrelevancia.