Jordi Pujol, presidente de papel
El presidente Jordi Pujol es el mandatario catalán que más ha escrito y sobre el cual más se ha escrito de toda la historia de Catalunya. Desde que en el contínuum de los siglos XII y XIII podemos considerar que esta palabra designa algo más que una sombra en un mapa, no hay conde, rey o presidente de la Generalitat antigua o contemporánea a quien haya ocupado tanto explicar su proyecto político y su persona.
Entre libros propios, conferencias y discursos editados, prólogos, antologías de artículos y textos, balances políticos o de gobierno, desde Fer poble, fer Catalunya (1958) hasta la actualidad, el Catálogo Colectivo de las Universidades de Catalunya recoge en torno a medio millar de referencias y una cincuentena de biografías de su figura. A esto hay que sumar tesis doctorales, artículos académicos o periodísticos, entrevistas audiovisuales, etcétera. Pasqual Maragall, otro gobernante con una larga trayectoria y voluntad de explicarse, no llega a la mitad de entradas en ambas categorías.
El libro-entrevista de Vicenç Villatoro Entre el dolor i l'esperança es el testamento político de Jordi Pujol y el colofón de este largo listado. El president, es consabido, ha tenido siempre una enorme preocupación por el juicio que los historiadores –no la Historia– harán de él y de su legado político. Toda la montaña de producción autorreferencial tiene por objetivo evidente fijar una narrativa sobre su propia trayectoria. Y hacerlo a menudo, para seguir con el ejemplo catalán, en una explicación próxima al lector iniciada ya con Les quatre grans cròniques, de las cuales solo gracias a los estudios de Stefano M. Cingolani y otros investigadores podemos discernir el grano de la paja, el hecho veraz de la fabulación.
Hay, sin embargo, otro elemento capital, menos percibido: de qué manera el volumen de toda esta producción condicionará el estudio de su historia. El año 1991 Enric Ucelay-Da Cal escribió en L'Avenç el artículo'La fascinación de Azaña: el hombre de papel'. En el artículo se preguntaba de dónde surgía la fascinación de aquellos últimos años por la figura del presidente de la Segunda República. No de sus dos años y medio al frente del gobierno español, con resultado discutible. Tampoco de su papel durante la Guerra Civil, en la cual fue criticado por todo el mundo y que lo llevó a morir en 1940 con una pobre reputación.
No, el interés renovado –hasta hoy– en Azaña no venía de la descripción que habían hecho los otros, sino de la publicación de los cuatro volúmenes de sus Obras completas en México en la segunda mitad de los años sesenta. Unos discursos y unas reflexiones de él sobre el resto que desmenuzaron “el personaje construido por el recuerdo para crear, de manera inmediata, una figura nueva”, muy útil para el liberalismo español en su transición del franquismo a la monarquía. A partir del material que pusieron al alcance estas Obras surgió una verdadera producción azañista no para verificar al “cobarde” que vieron sus contemporáneos en medio de la contienda española, sino para promover sus ideas.
La trascendencia del volumen que Pujol ofrece ahora no radica, por lo tanto, en aquello que enseguida se ha buscado –una verdad sobre unos hechos que no se puede ofrecer ni en este formato, ni en este momento–, sino en aquellas reflexiones que gratinan la gran lasaña de papel pujolista. Estas explicaciones, algunas a partir de argumentos viejos, otras nuevas a partir de la propia reelaboración del pasado, condicionarán –más todavía– el análisis de la figura presidencial.
¿Su nacionalismo ha llevado a los catalanes por una especie de sonderweg —un camino particular como el que según los autores deterministas habría dirigido, en la historia alemana, al nacionalsocialismo—, que aquí habría alienado una parte de la población respecto a España? ¿Es posible desvincular una actitud moral o ética del presidente de una obra de gobierno ejecutada desde una voluntad manifiesta de dotarla de un sentido “no solo político” sino también “humanista”, como sostiene Pujol en el libro?
Existe la percepción asumida de que la valoración que la posteridad hará del presidente irá ligada indefectiblemente al resultado judicial del asunto de la herencia y al análisis de lo que ocurrió. ¿Seguro? Pensemos, aunque con otra categoría de valores, en Azaña. En unos años el ruido de las trincheras se apaciguará y los contemporáneos con memoria desaparecerán. Entonces, trabajo tendrán los historiadores para no quedar ahogados bajo aquello que tanto les gusta —toneladas de papel al alcance— y para escabullirse de una pluma que les sirve un pensamiento de un cierto grosor en un país más dado a la reiteración que a las nuevas teorizaciones.
Joan Esculies es escritor e historiador