Latitudes de los caballos

Hay cosas de las que hace ilusión ser contemporáneo, como la obra literaria de Manuel Baixauli. El autor, que no en vano es de Sueca, acaba de publicar su séptima novela, Caballo, atleta, pájaro, un paso importante en una obra hecha con conciencia de sí misma, con títulos como El hombre manuscrito o La quinta planta. Los elogios que ahora recibe Caballo, atleta, pájaro (publicada por Periscopi, como la anterior novela del autor, Ignoto) son merecidos: Baixauli es une otro chose, un autor con la rara capacidad de hacernos mirar al mundo, y la literatura misma, de otra forma. En Caballo, atleta, pájaro nos cuenta el conflicto entre un padre y un hijo, y nos habla de un carpintero meticuloso y obsesivo, del desamparo, del ensimismamiento, de la risa, de cine (propone una especie de canon, con diez directores escogidos), de la ciudad de Londres y de lo que ustedes quieran. Lo hace desde un lugar muy particular, que otro de los grandes autores de nuestras letras, Enric Sòria, ubicó así: “El territorio que se agita entre el sueño y el velatorio es la auténtica geografía de la literatura de Bajaulio”. Es en este territorio donde encontrará el caballo (y el atleta, y el pájaro) del título: no se quedará a ir a encontrarlos.

Un caballo de Przewalski –una raza de caballos salvajes– es, por su parte, el protagonista de Al bosque rojo, un caballo huye, la segunda y extraordinaria novela de Marta Soldado (extraordinario: literalmente, fuera de lo ordinario), que le ha valido el premio Pin y Soler de narrativa y que publica Angle. En la medida en que en el centro del relato vive ese animal, la novela admite adjetivos como posthumanista o antiespecista. Sin embargo, el gran logro de la obra es ofrecer una profunda visión de la condición humana a través de la peripecia vital de un caballo herido de joven y que va sufriendo diferentes procesos de domesticación, y sucesivos episodios de explotación, con una paciencia proverbial. Marta Soldado sabe dar una verdad fuerte a la memoria corporal y emotiva del animal, y también confecciona retratos contrastados de los personajes humanos: delicados, oscuros, nunca caricaturescos ni morbosos. La geografía centroeuropea en la que transcurre esta historia conmovedora, bellamente escrita, recuerda al lector que vivimos nuestros días violentos, como advirtió Nietzsche (el filósofo y su caballo torinés, y el filme de Béla Tarr son invocados en la nota final), mirando al abismo. Y sucede que el abismo nos devuelve la mirada.

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El título de este artículo es tomado de un libro de Francesc Parcerisas, que a su vez le cogió de un poema de Jim Morrison convertido en canción con su grupo, The Doors. El poema de Morrison habla de los marineros de un barco que lanzan por la borda unos caballos, a fin de aligerar la carga. Parcerisas ha publicado este año dos plaquetas de poemas espléndidas (Ramillas, con el sello Edicions 96, de Valencia, y otra, Siempre fuera hechizo, con las Ediciones de la Universidad de Barcelona). Y siempre apetece citarlo porque es un poeta eminente de nuestro tiempo.