¿Qué le pasa a la escuela?

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¿Qué pasa con la escuela? ¿A qué viene tanta movilización, tanta polémica, tanto choque? Pues pasa que no es que estemos en una época de cambios más o menos importantes en la educación, sino que estamos en un cambio de época educativo. Y esto le cuesta asumirlo a todo el mundo: a la administración, siempre burocrática y lenta; a los maestros, a los que ya no les sirve lo que han hecho hasta ahora y les faltan herramientas para afrontar el cambio; a los padres, que un día también fueron alumnos y ahora ven como sus hijos lo tienen que ser de otro modo, y por supuesto a los chicos y las chicas, que están en el centro del lío y no acaban de saber qué tienen que aprender y cómo lo tienen que hacer.

¿Y en qué consiste este cambio de época? El elemento principal es que la escuela ha perdido el monopolio de la educación y, por lo tanto, lo que en términos tradicionales podríamos llamar autoridad, prestigio, credibilidad. Lo mismo les pasa a los padres, a los medios de comunicación, a los médicos, a los políticos... ¿Por qué? Por otro ingrediente básico: la eclosión comunicativa a través de las nuevas tecnologías. Las personas -en especial los jóvenes- tenemos acceso directo a través del móvil a una información ilimitada. La tecnología digital ha sacudido radicalmente nuestra manera de estar en el mundo, de entenderlo. Si la información (y la enseñanza tiene un componente importante de información) es poder, hoy este tipo de poder está más esparcido.

¿Y por qué se habla tanto ahora, en el campo pedagógico, de un cambio metodológico que en esencia supone pasar de organizar la enseñanza en asignaturas a hacerlo por ámbitos (un concepto más abierto) y proyectos? ¿Por qué la memorización ha ido perdiendo peso en favor de la investigación? ¿Por qué los libros de texto y las enciclopedias y los manuales tienen menos sentido? Pues porque la información está al alcance de un clic de todo el mundo. Lo importante ya no es acceder a unos conocimientos fijos, sino saber encontrarlos por ti mismo en el universo infinito de internet, aprender a discernir cuáles son fiables, aprender a interpretarlos y a relacionarlos los unos con los otros. ¿Esto quiere decir que podemos prescindir de la memoria? No. Quiere decir que tenemos que trabajar de otro modo.

El pilar de todo sigue siendo, todavía de manera más relevante, la comprensión lectora -la lectura-, a la que se añade la comprensión visual: hoy en día entender, descodificar, contextualizar e interpretar las imágenes es crucial. Pero la lectura es la base de todo. Y los números, claro: las matemáticas. El cambio de época, por lo tanto, tiene también una parte de regreso a los orígenes: letras, imágenes, números. Y detrás de estos tres elementos clave, que ahora nos llegan a todos sobre todo a través de pantallas, en el caso de la escuela y por lo tanto de los niños sigue habiendo un intermediario fundamental: las maestras y los maestros, con sus habilidades, su conocimiento, su humanidad.

Y todavía hay otro tesoro que no podemos perder: el aprendizaje en común, la escuela como un lugar donde hacer amigos, donde entender que todos somos diferentes y a la vez todos somos iguales.

Hay un precioso cuento del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, escrito en 1954 y que ahora ha publicado la Fundación Bofill con ilustraciones (imágenes) de Mari Fouz, que sitúa la acción en 2155. Es una conversación entre dos hermanos, Margie y Tommy, que descubren que en una época lejana todas las historias estaban escritas en papel. Han encontrado un libro amarilleado y encartonado que habla de la escuela, de cuando los niños tenían que ir a un edificio todos juntos y los profesores eran de carne y hueso, personas, no como los suyos, que los tienen en casa y son digitales. Todos los niños y niñas aprendían lo mismo, no tenían una formación a la carta, hecha a medida de cada uno. Pero se lo pasaban muy bien porque estaban juntos, se reían y gritaban, y volvían a casa juntos corriendo.

¡Cómo se divertían! Así se titula el cuento.

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