Le Pen, noche y niebla

Jean-Marie Le Pen tenía veintisiete años cuando un compatriota suyo, el cineasta Alain Resnais, filmó Noche y niebla, una de las primeras películas, y aún hoy una de las más importantes, que se han hecho sobre el Holocausto. Ya tenía cincuenta y siete cuando otro director de cine francés, Claude Lanzmann, estrenó Shoah, considerada otro referente del cine documental sobre el antisemitismo, la persecución de los judíos de toda Europa por el Tercer Reich, las deportaciones y el asesinato en masa en los campos nazis de concentración y exterminio. Noche y niebla dura treinta y tres minutos; Shoah, más de nueve horas. Sin embargo, ambas tienen un mismo propósito: dar testimonio del horror ocurrido en Europa con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Son dos contundentes alertas contra el antisemitismo, el racismo y los discursos de odio. "La sangre ha coagulado, las bocas se han callado", dice la voz narradora del poeta Jean Cayrol a principios de Noche y niebla. El propósito de Resnais, como después el de Lanzmann, era salir al paso del negacionismo, dejarlo sin argumentos.

Jean-Marie Le Pen es alguien que trabajó intensamente para la negación del Holocausto. Un negacionista de primera hora, cuando las tropas aliadas abrieron las puertas de los campos, cuando los nazis destruían los hornos crematorios para eliminar pruebas. Dedicó vida y esfuerzos a reivindicar el fascismo como un pensamiento político válido, a sostener que el Tercer Reich tenía razón y que eran todos los demás quienes mentían. La tergiversación, la mentira, el victimismo, la demagogia, los hechos alternativos. Todo el arsenal retórico que hoy en día vuelve a dominar el debate político occidental ya fue utilizado por Jean-Marie Le Pen durante sus muchos años en primera línea en la política francesa.

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Se peleó con su hija Marine cuando ella decidió modernizar el partido, para reconducirlo hacia el discurso iliberal que conocemos hoy, aparentemente más suave pero igualmente tóxico. Marine Le Pen cambió el nombre de la organización: en vez de Front, lo rebautizó como Reagrupament Nacional. Menos frontismo, más nacionalismo, más chovinismo. Y el mismo racismo, pero ahora no contra los judíos, sino contra los inmigrantes hacinados en las banlieues a consecuencia de unas políticas migratorias equivocadas.

El afán de poder y la utilización del odio social como instrumento para conseguirlo son también los mismos. Jean-Marie Le Pen ha muerto en un momento dulce para los de su cuerda, cuando las extremas derechas han logrado condicionar el debate público de tal modo que tienen barra libre –en nombre de una desfigurada libertad de expresión– para lanzar graves acusaciones e insultos contra sus adversarios, pero ay de quien les someta a crítica, porque será presentado como un inquisidor de la dictadura woke, buenista, etc. El viejo fascista muere entre artículos acotonados, que a lo sumo lo presentan como "controvertido" o "polémico", mientras ponderan su contribución a la construcción de Francia y (esto aún es más cómico) la Europa actuales.