Libertad y toma de conciencia

Uno de los debates sociales más recurrentes y apasionados es el de hasta qué punto somos libres a la hora de tomar nuestras decisiones. La elección del destino de vacaciones en el país oriental más de moda, ¿se ha tomado con libertad? La moda –que en una estrategia para disimular su carácter coactivo ahora se llama tendencia– ¿recorta nuestra libertad?

Mi opinión es que el debate sobre la libertad suele hacerse desde una perspectiva demasiado ingenua. De hecho, una forma más racional –pero nada atractiva– de plantear la cuestión sería hacerlo en forma de paradoja: cuáles son –y por qué– las coacciones sociales que aceptamos libremente? O, dicho de forma más cruda: ¿en qué coacciones no nos damos cuenta de su carácter impuesto, justo porque las hemos asumido como voluntarias? He aquí el mecanismo disciplinario más eficaz de todos porque enmascara su carácter coactivo. Las formas de propaganda más astutas –tanto es de una pizza como de un vehículo de gama alta– recorren y, sin darnos cuenta, al someternos a su coacción, sentimos que hemos elegido lo que queríamos en libertad.

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En este asunto, como en tantos otros, se puede decir que ningún jorobado se ve la joroba. Y es que nos es muy fácil descubrir el peso de la coacción en el comportamiento de los demás, mientras que no la solemos ver en el nuestro. Por poner un ejemplo, es justo en lo que llamamos tiempo libre cuando el comportamiento humano se vuelve más gregario: Otro ejemplo paradójico: la lengua con la que nos expresamos y pensamos es ciertamente la principal vía de libertad, pero también de inclusión en un mundo culturalmente e históricamente delimitado.

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Las formas de coacción autoritaria son, a la vez, las más vulnerables por la sencilla razón de que son visibles porque se expresan fuera de la voluntad individual. Las coacciones más consistentes, sin embargo, son las que se interiorizan como elección individual. Para volver al velo islámico, desde el punto de vista subjetivo de quien le lleva, entre más, puede ser resultado tanto de una elección percibida como un acto de libertad como incluso de orgullo de pertenencia y rebeldía en contra de la cultura dominante, como de una coacción insoportable y que cause grandes conflictos familiares y con la comunidad de origen. Ahora bien, más allá de la subjetividad individual, también están los significados objetivos que pueden inferirse del marco histórico donde ha nacido la norma de llevar el velo, del papel que desempeñan las mujeres en el sistema religioso que lo utiliza, del simbolismo del gesto tal y como es percibido en el contexto comunicativo de recepción, y aún de si es un elemento manipulado a favor o en contra de determinados intereses.

No diré que la libertad esté sobrevalorada, y menos como aspiración. Pero sí lo está cuando creemos que nuestros márgenes de libertad son ilimitados. Al menos, desde una perspectiva sociológica, ya es mucho si uno puede elegir a qué formas de coacción se apunta voluntariamente, si se quiere, libremente. Es lo de la servidumbre voluntaria, de De la Boétie. De libertad radical, como conducta disruptiva no predeterminada, quizá se produzca en las pequeñas rendijas que se forman históricamente entre situaciones de conflicto, resultado de una confusión normativa. Quizás en el azar y la serendipitidad. A veces, en espacios a la sombra desatendidos socialmente y que permiten, por así decirlo como Susie Scott, el "no-ser una cosa" o "ser una no-cosa".

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En todo caso, recuerdo que mi primer trabajo de sociología fue precisamente sobre la cuestión de la libertad, a partir de los textos clásicos de Carl Wright Mills, La imaginación sociológica, y de Peter L. Berger, Invitación a la sociologíaY cincuenta años después mantengo la conclusión: la única vía para incrementar la cuota de libertad, tanto individual como colectiva, es la de la toma de conciencia de las propias determinaciones. elegimos marcos alternativos de coerción que nos parezcan, no menos coactivos, sino ética o civilizatoriamente mejores.