Libros y mujeres
Contra fuego, agua, polilla, polvo, ignorancia y fanatismo, un ejército anónimo de mujeres cuida los libros. Es una resistencia íntima, sin épica, sin revolución, sin armas.
Este resumen argumental me ha invitado a ver, en Filmin, el documental de Maria Elorza En los libros y en las mujeres canto. Son setenta y dos minutos de sensibilidad y de belleza, de celebración de la literatura y de la palabra, que me ha dejado en un estado de bienestar parecido al que consigo cuando termino una buena novela.
Esta vasca nacida el año 1988, de madre italiana, hace un recorrido delicado y sin estridencias por su mundo íntimo. Un mundo que puede parecerse tanto al del espectador que, sustituyendo unos títulos por otros, unos rostros por otros, puede sentirse muy cerca.
La madre, la hermana y otras mujeres que aman a los libros nos guían por un viaje singular que comienza con un accidente doméstico: el día en que la biblioteca familiar cae sobre la madre de María Elorza y deja una señal en su cuerpo en forma de dicho torcido. Podría haber muerto. Los libros pueden matar, dice la madre, entre la sorpresa y el espanto, pero medio enriquecida.
Durante el documental, se van sucediendo sin solución de continuidad imágenes sugerentes de mujeres leyendo, de rostros de autores universales, de ediciones antiguas de libros, mientras canciones italianas nos acunan y nos hacen volar.
“Hay personas que hablan de sus autores venerados como si fueran parientes”, dice la directora y guionista. Su madre y el Dante, su amiga alemana y Goethe. Las mujeres buscan los libros, los hojean, los miman, hablan. También recuerdan a los que ya han perdido o dado. Los libros que decidimos guardar explican nuestra verdadera genealogía, señala el documental.
Pero entre referencias literarias y elogios a los grandes autores, las protagonistas de este documental también hablan de sus maridos, amantes, hijos o amigos. Revisan los álbumes fotográficos, muestran fotografías enmarcadas de sus escritores favoritos. Una maravillosa mezcla de vida y literatura, como si fuera una sola cosa, una perfecta simbiosis. De hecho, Maria Elorza acaba confesando que “antes de que los retratos de palacio, prefiere estos dioses domésticos y protectores”. "Pienso –dice Elorza– que la Gran Historia y la Literatura en mayúsculas se esconden en los álbumes familiares de la gente sencilla”.
Y después de dejarlo dicho, el documental nos ofrece una sarta de retratos de interiores: la butaca para leer, un rincón con una planta, el sol atravesando una vidriera de colores, lomos y más lomos de libros en un estante.
Cuando salen los títulos de crédito, sólo tengo ganas de dos cosas: o de ir a encontrar las mujeres que protagonizan el documental y mantener una charla larga, sin prisas, o de acercarme a mi biblioteca y entretenerme a repasar los títulos que me han hecho compañía todos estos años. –Ginzburg, Delibes, Lessing, Rodoreda, O'Farrell, Martín Gaite– y empezar a releerlo para recordar la razón por la que, pese a la falta de espacio, quiero tenerlo conmigo.