Matar a lectores

Quienes nos dedicamos a este oficio de la palabra no sé para qué lectores futuros escribimos, si parece que todos los elementos se conjuran para ir destruyendo la capacidad de los jóvenes para leer, entender lo que leen y saberse parte de una tradición literaria y una cultura. ¿Cómo deben entenderme si no pueden rastrear en lo que escribo la influencia de las obras canónicas que dábamos por hecho que todos compartíamos? ¿Cómo entender y adquirir una lengua sin conocer su literatura?

Quizás unas de las razones del bajo nivel educativo es precisamente esta división absurda entre lengua y literatura. Cuando aprendemos a hablar no lo hacemos analizando sintéticamente las frases, memorizando categorías gramaticales o recitando normas ortográficas. Lo hacemos escuchando los "textos" que emiten quienes nos rodean, unos textos cargados de contenidos que pueden resultar de gran utilidad pero que se presentan siempre en una determinada forma. Lo que recibimos nunca es información pura y desnuda; siempre va vestida de emoción, de matices de entonación, de las características propias de cada hablante o de las del territorio en el que vivimos. Los niños, sin que nadie se lo enseñe, mucho antes de pisar ningún aula, ya han aprendido a descifrar una parte importante de ese entramado apretado de códigos. Es un proceso que maravillará a cualquiera que lo observe porque demuestra el enorme potencial que tenemos nada más nacer. Un potencial que, al parecer, hoy en día se verá empobrecido y mermado cuando el niño empiece a ir a la escuela. ¡Quién nos lo tenía que decir!

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La lengua escrita también debería poder adquirirse de la misma manera, exponiendo a los alumnos a diferentes textos antes de darles nociones de gramática u ortografía, que debería desprenderse de la experiencia lectora y no de las lecciones teóricas. Hacer lengua sin literatura es como comer licuados los nutrientes necesarios en vez de degustar platos sabrosos que, además de cubrir las necesidades alimentarias, también nos transmiten significados complejos que pueden contener elementos de una tradición culinaria concreta pero siempre con las características concretas de cada cocinero. ¿Quién podría vivir alimentándose a base de triturados insípidos?

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Confieso que tenía mis esperanzas puestas en la actual consellera de Educación y en el trabajo que se estaba empezando a realizar para mejorar el nivel lector de los alumnos. Hay muchas personas remando en esta dirección, tanto desde el departamento de Anna Simó como desde el de Cultura, por lo que el anuncio de eliminar las lecturas obligatorias de las PAU ha sido un cubo de agua bien fría. ¿Por qué se ha tomado esta decisión y precisamente ahora? ¿A qué obedece? Es un misterio que no sabemos descifrar ni leyendo una y otra vez el texto que anunciaba el cambio. Lo que no será ningún enigma es el resultado que esto va a tener en los futuros universitarios. Si no eliges la rama humanística de bachillerato, ya no tendrás que volver a leer un libro nunca más de la vida. Tendremos matemáticos, científicos, ingenieros, médicos, etc. que habrán aprendido cómo combinar los pronombres débiles pero no habrán visto su uso en ningún texto relevante, personas del todo analfabetas respecto de lo que han contenido y transmitido las lenguas en las que se examinan. ¿Por qué queremos profesionales con una mínima (pero muy mínima) cultura literaria? Pues porque saber leer bien nos hace autónomos, soberanos y nos dota de una visión crítica del mundo. Saber leer bien (ahora es necesario decirlo aunque sea una obviedad) nos permite pensar con libertad, nos hace verdaderamente libres. ¿No es esto lo que deberían querer para sus ciudadanos las autoridades educativas? Se ve que no, que nos prefieren burros y sumisos. Es decir: fáciles de manejar y dominar.