Matinal en el Camp Nou

En las caras de los veintitrés mil barcelonistas que pudieron entrar ayer en el Camp Nou vi la misma ilusión que hace una mañana de Reyes. El regalo prometido que no llegaba ahora sí estaba listo para ser desenvuelto. Era el día de reencontrarse con la caja de las emociones de toda la vida, que llevaban treinta meses sin abrir, y de recuperar el sentimiento presencial de pertenencia al grupo entre las paredes que sienten como en su casa.

El Camp Nou es hoy la construcción altísima de la tercera gradería que rodea como una capa todo el doble eslabón de Mitjans, Soteras y García-Barbón de 1957, ahora absolutamente rehabilitada, rehecha de acuerdo con la estructura original pero limpia, clara, iluminada, propia del siglo XXI. Es claramente visible allí donde comienza la nueva obra y donde se encuentran las antiguas paredes.

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Al campo le falta, claro, la majestática visera que volaba exclusivamente sobre la tribuna, que tanta personalidad y tanta modernidad dieron al estadio, y que será sustituida por una carpa que cubrirá todas las localidades, democráticamente.

Las gradas parecen estar más allanadas a los goles, y, en cambio, la tercera gradería ya no cae sobre el final de la segunda, sino que sube por encima. Entre esto y que ya no tendrá esa curva dinámica que los primeros arquitectos del Camp Nou importaron del estadio de Helsinki –donde se habían celebrado los Juegos Olímpicos de 1952 y que se sumó en la ampliación para el Mundial de 1982–, el Camp Nou acabará con un último tramo de una verticalidad muy contundente.

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Este estadio despertará nuevos sentimientos de orgullo. Se olvidarán los retrasos, Laporta le bastará con un "entre y disfrute" y comenzará una nueva etapa en la historia del club, protagonizada por muchos jugadores que ayer entrenaban y que todavía no han jugado nunca en el Camp Nou. Quizá sea dentro de quince días.