Meditaciones de fin de campaña
1. Repetición. Las campañas electorales se hacen cada vez más insoportables. Repetición obsesiva de los debates con los mismos protagonistas y los mismos tópicos sin que aflore la más mínima novedad: un aburrimiento solemne, en el que imperan los lugares comunes y solo se dice lo que quieren oír los más fieles. Y después viene la confusión: resulta que el día después la realidad de la relación de fuerzas hace que se configuren pactos que se habían negado solemnemente. Y que el desencanto crezca.
El porqué lo sabemos. En democracia la conquista del poder está en la mitad más uno de los votos, expresada en el Parlamento por los diputados que representan a la ciudadanía. Las campañas electorales derivan inexorablemente hacia el blanco y negro y, por tanto, con mucha facilidad se convierten en un juego infantil de buenos y malos. Que se expresa fundamentalmente con una interminable repetición de tópicos y un manifiesto desinterés por los matices: un juego de machos. Solo de vez en cuando aparece alguien capaz de singularizarse con una posición propia que rompa los tópicos y abra caminos. No parece el caso esta vez. Todo está muy recortado. Y sencillamente se está dejando que el tiempo pase para después, con los resultados en la mano, concretar alguna combinación que, al menos, una de las partes habrá negado anteriormente.
Sin embargo, las cartas están claras. Primera. Habrá tres opciones: un gobierno de izquierdas (PSC, Esquerra y, si es necesario, Comuns), un gobierno independentista (Junts y Esquerra) o la repetición electoral. Y probablemente el día después todo dependerá de si alguien cree que tendría premio si volviera a votar. O de la disposición de algún implicado en negar el veto prometido. Y aquí Esquerra será centro privilegiado de atención, por su presunta polivalencia.
Segunda carta. El resultado levantará acta de un cambio de etapa –eso que algunos discursos, especialmente de Junts y de la derecha españolista interesada en engrosar al demonio (Puigdemont, para ellos), intentarán negar. Y será muy interesante ver el nivel de la abstención. Dicho en plata: todo el mundo que haga uso de la razón sabe que la independencia ahora mismo no está a la orden del día (y eso abre el abanico de alianzas).
Tercera carta. Crecen los brotes de la epidemia europea, el autoritarismo posdemocrático, que ya ha aterrizado aquí con Aliança Catalana, por un lado, y con Vox, por el otro, pero no solo: el virus se propaga a algunos sectores del independentismo y al PP.
Estamos en una situación en la que deberían surgir voces –empezando por los principales partidos– que eleven un poco la mirada, capaces de salir de la confrontación simple e introducir un punto de complejidad encarada al futuro. Es un momento delicado en el que la pérdida de peso de la política frente a los poderes económicos y tecnológicos, y la fractura de las clases medias, con efectos crecientes de pobreza y marginalidad, están poniendo en riesgo cómo vemos en todas partes los equilibrios de la democracia liberal. Y no somos excepción. La confusión entre política y justicia que vive España ahora mismo, con la derecha interviniendo descaradamente en el poder judicial, es inquietante.
2. Riesgo. “Uno de los grandes eslóganes del siglo XX fue liquidar: liquidar al judío, liquidar al enemigo de clase. Velemos por que el principal programa del siglo XXI no sea la liquidación del hombre”, decía Zygmunt Bauman. Cada uno verá lo que quiera en esa imagen: la destrucción ecológica y consecuente desaparición de la especie, la suplantación del hombre por las máquinas, la división de la humanidad entre el hombre y el superhombre. Yo veo algo mucho más prosaico y cotidiano. La pérdida del hombre tal y como lo conocemos con su precaria y peculiar singularidad.
Como decía Kant, el ideal ilustrado es la capacidad de pensar y decidir por sí mismo. Conservar y desarrollar esta singularidad que hace que no haya dos personas iguales. Y vivir el mundo desde su capacidad racional, experiencial, sensorial. La Ilustración se perdió cuando este individuo fue atrapado por grandes apuestas laicas de redención (los supremacismos de la igualdad) que lo desdibujaron e igualaron hasta la pérdida de autonomía, y cuando los totalitarismos tomaron el relevo de las religiones. Sin embargo, la democracia sobrevivió, como espacio más favorable a la libertad y construcción individual, mientras se dio el equilibrio estado nación – capitalismo industrial – democracia liberal que hoy está en decadencia. Y en pleno rebrote autoritario toca seguir defendiendo la condición humana. Es decir, poder seguir siendo personas con criterio propio, ideas, sentimientos, pasiones, ilusiones.